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viernes, mayo 3, 2024

A propósito del seísmo de Marruecos

 

Rue20 Español/ Sevilla

 

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Abderrahmane Belaaichi

 

Pésame

 

Hoy estoy triste, muy triste, como todos mis compatriotas y los ciudadanos de este mundo tan grande e inmenso, pero tan débil e impotente al mismo tiempo. Estoy triste no solo por la catástrofe del terremoto y las víctimas humanas y materiales que ha provocado, pero también porque no puedo aportar ayuda a los necesitados y siniestrados.

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Mi corazón está hoy triste y destrozado exactamente como lo están las zonas afectadas por el terrible terremoto del pasado viernes que ocurrió media hora antes de medianoche. Un espacio de muerte es el que ha dibujado este tan duro y mortífero terremoto: Marrakech-El Haouz, Chichaoua, Ouarzazate, Taroudant y Agadir. Como llegó y súbitamente por la noche, cuando la gente, en sus frágiles casas en los pueblos y aldeas en las montañas del Alto Altas, se preparaba ya para dormir o ya dormida, era absolutamente difícil intervenir y llegar con urgencia a esas zonas difíciles de acceder en tiempo normal. Así la gente tenía que aguantar esperando la luz del día para ver el alcance de los daños y los perjuicios dejados por el fuerte terremoto.

 

Llamé a mi pueblo en Ouarzazate y lo que me contaron y describieron era terrible. No podían todavía asimilar lo que han vivido. Una experiencia dura. Me contaron que el calvario sobre todo psicológico que han vivido durante y después del terremoto superaba toda descripción. Una sacudida repentina y violenta de tan solo unos treinta segundos pero con efectos como de un año. Un sentimiento de terror y horror los invadió, y perdían sentido de orientación y de actuación. Pasaron la noche fuera y no se atrevían a entrar porque no podían todavía valorar el grado de perjuicios que han experimentado sus casas. Las más frágiles, deshabitadas en su mayoría ya, estaban derrumbadas o casi derrumbadas.

 

Hoy el corazón de todos los marroquíes está destrozado y herido. Después de las primeras imágenes que han compartido entre ellos de manera espontánea por redes sociales, los marroquíes han tenido rápidamente una sola y única reacción. Han mostrado, cada uno a su manera, su solidaridad absoluta con las víctimas y sus familias. Me han impactado mucho las filas de donantes de sangre y que han circulado por las televisiones del mundo entero. Y ello alegra los corazones y reduce las penas. También se empiezan a organizar de manera espontánea también llamadas y luego caravanas de recogida de alimentos y cubiertos. La solidaridad se impone y tiene que prevalecer en momentos críticos como estos, sobre todo cuando se trata de catástrofes y cuando estas afectan a personas y zonas vulnerables. Impactantes son también la predisposición y la movilización de todos de querer socorrer y aportar ayuda de todo tipo a los siniestrados.

 

Más valor tiene todavía la solidaridad cuando viene de amigos dentro y fuera. Personalmente mi teléfono no dejaba de sonar y de recibir mensajes de condolencias y pésames de mis amigos de Marruecos y de toda España, América Latina y toda la red de profesores de español e hispanistas del mundo que conozco. A todos ellos quiero agradecer del fondo de mi corazón en nombre de mi país y más en concreto en nombre de las familias de las víctimas.

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Gente

 

Mi pensamiento va ahora a las víctimas enterradas y las que todavía yacen debajo de los escombros pero también a supervivientes, pequeños, adultos y viejos, que, a pesar de llevar una vida dura en esas montañas a las que llegan carreteras, rutas o senderos muy sinuosos y angostos, son conformistas, hospitalarias y generosas. Gente que solo espera dos cosas: lluvia y turistas. Gente que vive día al día de lo que puede ganar por vender sus pocas y ocasionales cosechas locales, y acoger en sus modestas casas, en sus tiendas de souvenirs o en sus humildes restaurantes donde sirven a sus eventuales clientes comida típica y tradicional, pero siempre sabrosa.

 

Gente que vive a lo largo de los tres valles, dos en conexión directa con la ciudad ocre de Marrakech, a saber el Valle de Urika y el Valle de Mulay Ibrahim que conecta también con Aoulouz, Taroudant y Agadir; valles muy famosos por sus paisajes naturales maravillosos y vírgenes así como por sus tagines con carne de cabra, pollo de corral y verdura locales, hechos sobre el fuego lento de la brasa, acompañados de pan de tafarnut amasado con manos de las mujeres beréberes y cocido en hornos tradicionales con la leña que recogen en las montañas que las rodean. Esos tagines, de un sabor exquisito, se toman en restaurantes improvisados al borde de los dos ríos que suelen tener una afluencia masiva de turistas nacionales los fines de semana y durante las vacaciones durante todo el año. Esos valles han colaborado, a lo largo de la historia, en instaurar unos hábitos y rituales culinarios convirtiéndose en un motivo más para ir a visitarlos.

 

Gente que no pide nada, absolutamente nada, pero solo espera la llegada de esos turistas. Gente que ha podido transformar el concepto mismo de turismo para hacer de él un turismo de solidaridad más que de otra cosa, por su conducta y comportamiento, por acercarse humanamente de los turistas, abriéndoles sus casas, hogares y sobre todo sus corazones, compartiendo con ellos, generosamente y sin ningún complejo de inferioridad, su comida y su modo de vivir. En esas montañas, la gente es solidaria entre sí, otro valor heredado y que hoy está muy bien invertido en el sector turístico. De una parte los guías turísticos rurales que acompañan a sus clientes a las montañas, a las casas rurales y de hospedaje, por otra la gente local que ofrece todo tipo de servicios muy rústicos y muy adaptados al relieve, pero en ojos de turistas muy exóticos y ofrecen experiencias de vida poco habituales. Mulas, casas rurales y refugios. Todo un sector paralelo y bien coordinado como una cadena, cada eslabón tiene una función y enlaza entre sí los demás para que toda la máquina funcione. Y los turistas se corresponden con esa actitud humana de querer mostrar no solo los sitios y los paisajes diversos de la zona sino también los valores humanos muy arraigados que llevan dentro, y que ponen en evidencia cada vez que se presente la ocasión. Otro valor inmaterial sin precio a pesar de las condiciones difíciles de la geografía y del relieve.

 

El otro valle, de Tidili, tiene conexión con Taroudant y Agadir viniendo de Ouarzazate, y atravesando pequeños pueblos y aldeas que se divisan al borde de la angosta carretera o lejos, en los barrancos. Es muy famosa la comarca de Tidili y un poco más adelante el pueblo de Arbae Amsuzzert por donde se va al Lago Ifni y de allí a los Refugios y a Tubqal, el pico más alto de Marruecos con una altura de 4164 metros. La gente también allí se contenta con lo que tiene y se dedica a la agricultura de subsistencia, como los dos valles precedentes, y al turismo rural. Allí se puede comprar en esta temporada manzanas locales y también nueces dulces típicas de la zona.

 

No es extraño que los habitantes de los pueblos de toda la zona inviten a los turistas y visitantes a compartir su comida. He hecho muchas veces este recorrido y a veces paro para tomar un café o, si coincide mi paso con una ceremonia de circuncisión o boda, los habitantes me invitan a comer o por lo menos a tomar un té y disfrutar de unos instantes del floklore de ahuash que los mismos habitantes de la zona animan con maestría inusitada. Los hombres en un círculo con sus djelbas, turbantes blancos enrollados sobre sus cabezas y babuchas de cuero manejan sentados los instrumentos tradicionales clásicos de banderitas y tambores, hechos con sus propias manos, que calientan primero en una hoguera, que permanece encendida a lo largo del espectáculo, a su alrededor un coro de hombres con los mismos vestidos, y otro de mujeres son sus trajes tradicionales: taterfet, fibulas, babuchas de colores brillantes y otros adornos típicamente beréberes en dos arcos simétricos, y que cantan de manera alternativa, sincronizando con los músicos y la música que producen, mejores canciones del repertorio amazigh que celebra la vida en general. Gente amante de la vida y que no desperdicia ninguna oportunidad para cantarla.

 

He recorrido los tres valles y los tres cuentan mucho para sobrevivir en sus respectivos patrimonios naturales, y he podido palpar muy de cerca el conformismo, la espontaneidad, la hospitalidad de la gente. Esos valores constituyen su patrimonio y un móvil más que suficiente para volver o por lo menos recomendar su visita. Colaboran en transmitir al otro, sin saberlo, la imagen secular de Marruecos, de un Marruecos profundo muy arraigado en la historia y en la tradición. Henos aquí una buena pedagogía exitosa de transmisión de valores e imagen de todo un país.

 

Marrakech, la capital turística por excelencia, está a su vez muy afectada. No hay que mirar solo las víctimas humanas, que por supuesto deploramos todos con mucho dolor y pena, pero también hay que llorar todo un patrimonio de la humanidad que se ha visto derrumbado o en riesgo de serlo. Marrakech con sus callejuelas, su famosa plaza Yamaa El Fna, declarada por la UNESCO hace más de diez años Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, su muralla, su Koutoubia, la torre gemela de la Giralda en Sevilla, sus carros turísticos, sus alcázares, sus tumbas, sus jardines históricos y botánicos, sus tumbas, las montañas del Alto Atlas que le dan un trasfondo maravilloso y, al final, sus siete hombres o santos y sus habitantes, siempre de buen humor y muy acogedora. Una mención especial a sus cafés turísticos famosos, café France al que las celebridades del mundo van para tomar un té con menta en su famosa terraza que da a la plaza que ofrece espectáculos inusitados, sin parar ni cansarse, de todo tipo, animados por artistas que se han formado allí mismo, en la escuela que ofrece la Plaza al aire libre.

 

Esa gente, tanto de las montañas como de las ciudades, merece hoy más que nunca nuestra solidaridad. Un gesto humano primero, pero sobre todo un reconocimiento por ser embajadores, in situ y en la sombra, de la imagen de Marruecos. Representan los auténticos valores comunes a todos los marroquíes, valores de sobriedad, abnegación, altruismo, generosidad y hospitalidad. Yo sé y conozco a muchos que no lo hacen forzosamente para darles mucho dinero, solo esperan un mínimo para cubrir sus gastos y necesidades diarias. A los familiares de los mártires de esa catástrofe natural hay que confortarlos y aportarles un apoyo, que no les devolverá por supuesto sus queridos muertos, pero sí, la confianza, la esperanza y la ilusión. No hay nada malo y duro que tener la sensación de que estamos abandonados cuando más necesitamos respaldo y calor del otro.

 

Mi pensamiento va a toda esa gente ahora sin alojamiento ni hogar. Sin alimentos suficientes y medicamentos. A esos chicos que tienen que ir a la escuela, a los padres que tienen que ir a trabajar de nuevo para poder sustentar y mantener a sus familias, a esas mujeres que tienen que reanudar sus faenas caseras y de campo para ayudar a sus maridos.

 

Mis pensamientos van también a esas carreteras, caminos y senderos sinuosos y difíciles en plenas montañas también difíciles y complicadas que hay que reparar y reconstruir urgentemente para no dejar a los sobrevivientes aislados del mundo.

 

Mis pensamientos van asimismo a la rehabilitación de las construcciones damnificadas, sobre todo los centros hospitalarios, escuelas, casas, mezquitas. La vida no tiene que parar porque hemos tenido un terremoto fuerte de casi 7 grados de magnitud. El terremoto tiene que darnos lecciones de todo tipo. Tiene que darnos energías y voluntad de querer hacer mejor las cosas en el futuro. Lecciones de que el núcleo de la sociedad y su motor principal es el ser humano.

 

Patrimonio

 

A partir de ahora, se oirá hablar mucho en los informativos de los diferentes medios de comunicación de los nombres de Marrakech, El Haouz, Moulay Ibrahim, Ourika, Tizi n´Taset, Chichaoua, Taroudant, Agadir y Ouarzazat y muchos pueblos y aldeas intermedios. Estas zonas constituyen el epicentro del terremoto en el caso del Haouz y el rayo inmediato al que llegan los efectos directos del terremoto en el caso de las demás zonas y ciudades, y representan todas a la profundidad de Marruecos y su gran historia.

 

Marrakech, que fue construida por los almorávides, y en la que descansa su fundador Yusuf bin Tashfin. Ahmed Al-Mansur Al-Dhahabi construyó su “exquisito” palacio y las tumbas de su familia en la ciudad de Marrakech con mármol que importaba en aquella época desde Italia.

 

Taroudant es la ciudad más antigua de Marruecos, y su muralla es la tercera muralla arqueológica más grande del mundo después de la Gran Muralla China y la Muralla de Kumbhalgarh en la India. Allí floreció la industria azucarera en el siglo XVI d.C. Y entre Marrakech y Taroudant, está la escuela coránica y famosa mezquita de Tinmel, símbolo del poder almohade, fundada por Ibn Tumart.

 

Y la famosa región de Souss y las montañas del Alto Atlas, donde las ciudades de árabes y bereberes se entremezclan como se entremezclan los cuadros de flores. Allí se alzan los minaretes de las mezquitas en las laderas de las montañas, y las escuelas coránicas y de ciencias teológicas. Agadir que ha experimentado a su vez un terremoto mortal en 1969 y que causó la muerte de casi el tercio de la población de aquel entonces.

 

Mi pensamiento va entonces, y paralelamente a las víctimas y familias de las víctimas, a los heridos y los sin hogar, y a todo ese acervo cultural e histórico, material e inmaterial, que hay que rescatar y devolverle la misma vida que tenía antes, porque constituye el alma de las zonas dañadas tanto a nivel económico y cultural como a nivel social y humano.

 

Catedrático y cuentista

 

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1 COMENTARIO

  1. Gracias Dr. Abderrahmane por estos nobles pensamientos que expresas aquí de modo fiel y espontáneo hacia el país donde naciste, y al que amamos todos dondequirra que estemos por el planeta, Marruecos.

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