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sábado, abril 27, 2024

Marruecos y América Latina en clave cultural: reflexiones de un hispanista 1/2

 

Rue20 Español/ Agadir

 

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Mohamed Abrighach*

 


E
n un discurso dirigido a la nación en los años noventa, el rey Hassan II reconoció que Marruecos es un árbol con raíces en África y flores respirando en Europa. Aunque una metáfora, esta expresión resume dos de las vocaciones más históricas de la identidad del país, la africano-sahariana y la mediterráneo-europea, a las que se suma, por evidencia, la árabe-islámica con la que se sintió por panarabismo ideológico apegada la nación desde la independencia, aunque a costa de su trasfondo amazigh, históricamente marginado y recogido últimamente en son de reparación en el preámbulo de la constitución del 2011. No obstante, no se menciona ni por mera alusión la proyección atlántica. No sé si es olvido o indiferencia por parte del monarca, conocido en su tiempo por ser inteligente y eximio estratega en el ámbito de las relaciones internacionales. Pero, sí es evidencia de que, en aquel entonces, el mundo que estaba más allá del Océano Atlántico ocupaba, en palabras de Juan José Vagni, un lugar secundario en su agenda exterior, pese a que el país tenía su costa más larga y rica en recursos pesqueros por el mismo Océano Atlántico, amén de actuar geográficamente como puente entre tres continentes a través del Estrecho de Gibraltar. No podía de ser de otro modo porque, en el imaginario popular, el Océano Atlántico fue sinónimo de mar de las tinieblas eternas y mucha de la población que está asentada en su ribera sigue dándole la espalda, como si fuese un potencial enemigo que solo se le otea desde minúsculos ventanucos, especie de aspilleras más defensivas que ofensivas.

 

El atlantismo nunca fue determinante en la historia del país si se compara proporcionalmente con las demás vertientes, pero existió como tal y desde tiempos no tan cercanos desde el punto de vista histórico. En primer lugar, sobra insistir sobre el reconocimiento oficial por parte de Marruecos, el primer país africano en hacerlo, de Estados Unidos en el siglo XVIII y de Brasil en el XIX, sin olvidar la existencia de representaciones consulares latinoamericanas, particularmente de Venezuela, Brasil, Colombia y México en el Tánger de finales del siglo XIX y principios del XX.  He aquí otros datos que dan fe de ello: por un lado, la proyección amazigh en las Islas Canarias cuyo sustrato prehispánico lo constituyeron en su momento tribus autóctonas del norte de África, según avalan los últimos descubrimientos arqueológicos, y por otro, el periplo del moro Estebanico, el esclavo de Azemmur, por el Caribe y el norte de América, inmortalizado por Alvar Núñez Cabeza de Vaca en Naufragios. Es en este sentido el único conquistador moro de las Américas. Son de necesaria mención asimismo la emigración de sefardíes en el siglo XIX a muchos países latinoamericanos como Venezuela, Argentina y Chile, y el corsarismo de los moriscos de Salé que mantenían en jaque al comercio y las rutas marítimas entre Islas Canarias, la costa atlántica de Portugal y España, y las islas británicas, hasta el extremo de que el mismo Simón Bolívar tuvo que pedir en 1826 la firma de un tratado con el sultán Muley Abderrahmán I para la protección de los barcos de su república colombiana en las costas atlánticas cercanas a Marruecos. Estos hechos son, en su conjunto, una irrecusable concreción de una memoria histórica transatlántica que otorgan a Marruecos una identidad peculiar en África y el Mundo Árabe en su relación con el continente iberoamericano y una situación de privilegio en clave geoestratégica en tanto que punto de enlace entre este último y el mundo árabe y africano.

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En efecto, Hassan II no tuvo interés en América Latina porque en su tiempo y durante todo su reinado, casi un cuarto de siglo, se empeñó con más convicción y voluntad en cuatro frentes, estrechar sus lazos con Europa y en parte con Estados Unidos, su principal aliado no europeo; conseguir un supuesto protagonismo político en el mundo árabe en el marco de la Liga Árabe y más vinculación con las monarquías arábigas del petróleo; imponer su poder a mano férrea ante una oposición fuerte, izquierdosa y antimonárquica; e inclinar a su favor su guerra contra el frente independentista del Polisario en los arenales del Sahara. La asignatura de Sudamérica no era prioritaria, pero Marruecos hizo lo posible para conservar y mantener en ella presencia diplomática con puntuales relaciones con los principales países como Argentina, México, Brasil y Chile. Reconoció a Cuba a poco tiempo de salir triunfada la revolución castrista en 1959, siendo otra vez el primer país africano en hacerlo, como fue en los anteriores casos de Brasil y Colombia, estableciendo relaciones diplomáticas y comerciales que se mantuvieron incluso durante el embargo estadounidense impuesto a la isla pero que solo se cortaron en 1980 cuando Fidel Castro reconoció al Frente Polisario.

 

Al igual que con África, el advenimiento de Mohamed VI al trono después de la muerte de su padre en 2001 efectúa una crucial y trascendente inflexión en la política exterior de Marruecos con respecto al mundo iberoamericano. Una nueva política que, si bien se podría interpretar como ofensiva contra la arraigada presencia avalada por Argelia de la pretendida rasd en la zona, constituye un eslabón inseparable de la agenda geoestratégica del reino. Un intento por su parte de limitar su dependencia de Europa, variar su proyección internacional en una era como la actual cada vez más globalizada, y erigirse por consecuencia en un actor local y regional de peso a escala internacional en lo atinente a las relaciones entre los tres espacios geoestratégicos, africano, árabe y latinoamericano.

 

La nueva política a la que hacemos referencia se inaugura con la visita oficial del soberano en 2004 a América Latina, la primera de su género en la historia que realiza un sultán marroquí a la zona y, particularmente, a unos de sus países más claves como Brasil, México, Argentina, Perú, Chile y República Dominicana. Por esta razón tuvo mucho eco en la prensa local, regional y panamericana que insistió sobre el perfecto español utilizado por el monarca en sus alocuciones oficiales, así como en los diferentes lazos históricos, comerciales, culturales y lingüísticos de Marruecos con el continente. Esta proyección atlántica se concreta, primero, con la implantación de embajadas en once países latinoamericanos y de sus homólogas en Rabat, y segundo, en la incorporación de Marruecos como miembro observador y privilegiado a nueve de las organizaciones regionales, unas de naturaleza parlamentaria como el Parlacen, el Fobrel, el Parlandino y el Parlatino, y otras de carácter político tales como la Organización de Estados Americanos (OEA), el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) y la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), sin olvidar La Alianza del Pacífico(AP) y recientemente se adhiere, siempre como observador, ala Comunidad Andina de las Naciones con motivo de la celebración de la vigésima reunión del Consejo Presidencial de la organización en el 21 de julio de 2020 en Bogotá. Un ejemplo de éxito diplomático y una fidedigna señal de que Marruecos, conformemente subraya algún periódico oficialista marroquí, está llegando a tener sin lugar a duda “un lugar bajo el solen Latinoamérica. Su decisivo papel en las cumbres América del Sur-Países Árabes (ASPA) constituye otro ejemplo.

 

No tengo constancia de cómo esta presencia se traduce en términos de cooperación comercial, educativa, cultural. Tiendo a pensar que sigue dominante la vertiente política y con una ausencia casi total en términos de participación de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales. Aunque la cultura se invoca a nivel del discurso deja de hacerse realidad en la praxis. Por eso, la actual política oficial latinoamericana del reino sigue siendo insuficiente y necesita de más esfuerzos en este sentido para dar coherencia a la misma, a imagen y semejanza de la desarrollada en África que convirtió a Marruecos en menos de dos décadas en uno de los primeros inversores del continente africano.

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En paralelo, en Marruecos se activó una convincente dinámica basada en fomentar la reflexión sobre América Latina y darla a conocer en el país  a través de la celebración anual a partir de 2003 del Festival de las Andalucías Atlánticas en la ciudad de Essaouira, la creación en 2004 del Centro Mohamed VI para el Diálogo de Civilizaciones en la ciudad chilena de Coquimboel único de su género en todo Latinoamérica, tal vez una de las bazas más positivas en clave cultural de la proyección atlántica de Marruecos, seguido después en 2007 por el Instituto de Estudios Hispano-Lusos como centro autónomo adscrito esta vez a la Universidad Mohamed V de Rabat, últimamente fusionado por desventura en otro más grande llamado Instituto Universitario de Estudios Africanos, Euro-mediterráneos e Iberoamericanos. Un interés que acogen en igual medida dos de las instituciones más oficiales y de vocación geoestratégica, el Instituto Real de Estudios Estratégicos que apenas puesto en marcha en 2007, dedicó varios seminarios a las relaciones estratégicas y económicas entre Marruecos y América del sur, el último de ellos de 2013 fue titulado: “Relaciones Marruecos-América Latina: ventajas e insuficiencias en las relaciones de cooperación”. La Academia del Reino de Marruecos dedicó también su cuadragésima quinta sesión al tema siguiente: América Latina como horizonte de pensamiento, en la que participaron diplomáticos, intelectuales e hispanistas marroquíes y latinoamericanos. Una labor intelectual de acercamiento que, desde principios de los años ochenta, vino llevando a cabo y con éxito en la ciudad atlántica de Asilah, el exministro de Cultura y de Asuntos Exteriores, Mohamed Benaissa, mediante dos organizaciones Fundación Forum y Universidad Al Motamid Ibn Abbad de Verano de la misma ciudad con un enfoque centralizado en la triple relación de Marruecos y por extensión del mundo árabe con la península ibérica y el continente iberoamericano en campos como el imaginario, la filosofía, la economía, etc. En diciembre de 2020, el Festival de Cine y Memoria Común (FICMEC) dedica su novena edición al tema de “Marruecos y América Latina: cine y memoria en tiempos de pandemia”. A parte de la proyección de documentales, cortos y largometrajes sobre el tema, habrá un master class que imparte el reconocido cineasta venezolano Atahualpa Lichy, y también una mesa redonda titulada: “Historia y memoria entre Marruecos y América Latina: miradas cruzadas”, que se organiza en colaboración con el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM de México. En la misma línea, la Asociación Marroquí de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos organizó, entre otras varias actividades, en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas-Aïn Chock de Casablanca, los días 26-28 de mayo de 2022, su Segundo Congreso Internacional sobre el tema siguiente: “Marruecos e Iberoamérica: patrimonio común, imaginarios y experiencias cruzadas”. Fue todo un éxito. Eficiente organización, presencia visible de medios de comunicación oficiales y digitales, considerable asistencia en la inauguración de varios embajadores de América Latina, del Cónsul General de España en Casablanca y de la Directora del Instituto Cervantes de la misma ciudad. Hubo asimismo una significativa participación de investigadores e hispanistas marroquíes, procedentes de las principales universidades nacionales, y también de varios países como Colombia, Argentina, México, Estados Unidos, Brasil, España y Portugal.

 

Independientemente de las imperativos políticos, geoestratégicos y económicos de esta creciente proyección atlántica de Marruecos es muy significativo señalar el discurso culturalista que la sustenta mediante el cual se ha hecho una sagaz y pragmática instrumentalización del capital simlico tranhispánico de nuestro país. Me refiero fundamentalmente a tres componentes esenciales de fuerte implantación en el cañamazo cultural y político de muchos de los países sudamericanos: 1) la presencia de los sefardíes marroquíes que emigraron desde el siglo XIX a no pocos de las naciones latinoamericanas y llegaron a configurar una comunidad de peso e influyente en diferentes ámbitos; 2) el sustrato andalusí y morisco que, aun siendo de procedencia peninsular, tiene una inequívoca raigambre marroquí en virtud de la estrecha relación que España y Marruecos cimentaron durante nada menos de ocho siglos; 3) el pasado hispánico de Marruecos y la presencia poscolonial del español en áreas cruciales como la educación, la edición y los medios de comunicación, sin olvidar la correspondiente existencia de un número considerable de hispanohablantes, casi, según barajaron algunas estadísticas, un total de cinco millones, el equivalente de la población entera de algún que otro país latinoamericano. Supongo que hoy en día no debe de superar dos millones. Tres factores, en suma, que se vienen invocando con bastante frecuencia y hasta la saciedad por los marroquíes y tangencialmente también por los mismos hispanoamericanos en las alocuciones oficiales de cortesía, los boletines de las embajadas, los convenios bilaterales y las charlas oficiales o de pasillo, siempre en nombre de una supuesta hermandad hispanoárabe entre las dos orillas del Atlántico. Expresión esta que, en contextos diplomáticos, crea empatía cultural, contigüidad emocional y confianza política.

 

*Escritor y presidente de la Asociación Marroquí de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos (AMEII).

 

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