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martes, abril 16, 2024

Sensaciones inusitadas 2/2

 

Rue20 Español/ Agadir

 

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Abderrahmane Belaaichi

 

“Esta sensación/reflexión y otras más, la he escrito en momentos diferentes, momentos en que sentía y creía que necesitaba ese ejercicio para salvarme de la obsesión de tanto pensar que me ata sin clemencia. Creía que la escritura podría liberarme y confieso que lo ha conseguido. A lo mejor son reflexiones sueltas e independientes que liberan el alma y el espíritu, y que forman parte de la misma cadena. La cadena de la Vida. La mía y quizá también la de muchos, como yo.”

 

Las noches largas del invierno en mi pueblo no las podía aguantar ni vivir si me alejaba de mi imaginación, que tenía muy amplia y vasta. Mi imaginación era mi cobijo seguro y mi refugio cálido y caliente. Me ofrecía un amparo seguro y muy de confianza. Muy amplia mi imaginación ya que en ella cabían todos mis fantasías y sueños, tanto realizables, permitidos o viables como delusorios y artificiales o ficticios.

 

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En mi imaginación bien iluminada, que se activaba en plena oscuridad, recorría mundos lejanos o cercanos, mundos posibles e imposibles; creaba otros nuevos propios, exclusivamente míos, donde dar rienda suelta a mis sueños, fantasías y pensamientos.

 

La noche tenía poderes sobre mí.

 

Me ofrecía espacios preciosos que el día no era siempre capaz de brindar. El día estaba lleno de actividades y de gente, y no cabía ningún instante para aislarme o apartarme del mundo para dedicarme a mi afición preferida. En cambio, la noche, tan esperada y deseada, ofrecía y proporcionaba esos espacios y escenarios a mi imaginación, sin fronteras ni límites. Disponía nuevas vías, una segunda oportunidad para los proyectos o sueños no realizados o desperdiciados; me ofrecía nuevas opciones que consolaban el no cumplimiento de mis deseos reales, compensaban las frustraciones de la vida real y amortiguaban las privaciones a las que estábamos sometidos diariamente.

 

La noche realizaba todos los sueños sin ninguna excepción y de la mejor manera que lo imaginaba yo a solas bajo de la manta y en la oscuridad del espacio que compartía en general con mis hermanos mayores o menores, pero sin que ellos se dieran cuenta o formasen parte de mi universo somnífero y dulce.

 

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En la oscuridad, los escenarios eran míos, eran mi mundo, el mundo que yo concebía y diseñaba; nadie se entrometía en él ni lo influenciaba ni tampoco lo manipulaba. Cuando alguien intervenía era por mi propia voluntad y consentimiento, ya que era yo el único dueño, era el realizador, el guionista y el director.

 

La intervención de un nuevo personaje servía siempre el proyecto emprendido, escogido para mi imaginación en momentos precisos de mi aislamiento espiritual en medio de mis hermanos. Ello me permitía extender mi dominio y manipular las acciones tal como las imaginaba, tal como quería que se desarrollaran y realizaran.

 

Ante todo era mi mundo y nadie tenía derecho a perturbar el rumbo de los acontecimientos si no fuera en su sintonía y concordia.

 

Esos instantes valiosos y preciosos, tan esperados, por permitir apartarme aunque momentáneamente del mundo real donde vivía y que no satisfacía para nada mis aspiraciones por intervenir e implicar en él fuerzas ajenas, me abrían puertas anchas hacia mundos donde lo imposible era posible, lo improbable era probable, lo incierto era cierto, lo difícil era fácil, lo inasequible resultaba asequible, o lo inaccesible se hacía accesible; un mundo tan flexible y fantástico que uno deseaba no abandonar nunca.

 

Un mundo que te dejaba olvidar la noción de tiempo. El tiempo convencional paraba y cedía sitio a otro que no parecía tener comienzo ni fin. El tiempo ya no apretaba ni apremiaba. Lo que más primaba era el mundo que se creaba fuera del tiempo, fuera del mundo real. Un mundo aleatorio, un mundo atemporal donde cabían todas las imposibilidades, las locuras, los sueños, los fantasmas. Un mundo que satisfacía todas las frustraciones o privaciones, un mundo que pertenecía a sus dueños y creadores.

 

Tal era yo y para mucho tiempo, aun sigo siéndolo todavía hoy en día. Soy un adicto y no me puedo curar de mi adicción. No lo deseo ni lo busco. Estoy conformado. ¿Por qué no conformarse si así me siento bien y tranquilo, y muy a gusto? No puedo ni tengo derecho a cambiar una situación que yo mismo me he creado por mi propia voluntad. No es una cárcel ni prisión; no limita mis capacidades, ni estorba mi vida. Al contrario está siempre allí paralela, acechando y dando impulso cuando se pueda a mi vida real. Cada vez que se cierran las puertas o se empieza a entrar en la desesperación, abro las puertas a mi imaginación para abrazar salidas, alivios y consuelos

 

Los ejemplos son muchos. Basta con cerrar los ojos para ver desfilarse el filme de todas aquellas imágenes que se rodaron en los escenarios de mis alucinaciones, fantasías, imaginación y suposiciones imaginadas e imaginarias.

 

En mis sueños infantiles, volaba muy a menudo. Volaba y volaba y no dejaba de volar. Quería y anhelaba ir más lejos, quizá para no volver jamás. Ir lo más lejos posible en busca de otros mundos, de otras vivencias, como para ahuyentar y huir de la realidad actual. Si de repente me levanté en pleno sueño, de esos que me acompañaban en mi soledad somnolienta, me envolvía fuertemente en la manta y me encogía en mí mismo esperando retomar el hilo del sueño emprendido, procurando restituir la situación y el ambiente que reinaban antes de abrazar el sueño, intentando crear en la realidad, sobre una estera estirada al suelo o en un colchón nada confortable sobre un catre muy vetusto que producía más ruido que comodidad, una atmósfera imaginativa que me permitiera reencontrar ese hilo que me posibilitara seguir durmiendo y soñando.
Me veo y me imagino a veces flotando en el aire, siento que no tengo peso, como una hoja de papel lanzada a la brisa de la mañana, maneja sus movimientos, o más bien va al compás de su cuerpo flotando, volando, navegando por el aire a sus anchas, siento otras veces que estoy a punto de aterrizar cuando de repente, en un movimiento de pura agilidad y flexibilidad o como signo de dominación de mi cuerpo, arranco de nuevo y subo vertical o diagonalmente hacia arriba, hacia lo más alto, en busca de cimas inalcanzables.

 

Este vaivén me hace sentir que mi mundo es otro, distinto, diferente, un mundo fuera de las normas de la gravitación para abajo o para arriba. Un mundo que escapa a toda lógica o razón. Un mundo refractario a los cánones, contrario a las convenciones, rebelde y opuesto a las tradiciones. No hay riesgo alguno de accidentes o caídas imprevistas o súbitas, ni peligros incalculables, ni mucho menos consecuencias nefastas o siquiera secuelas de cualquier tipo, físicas o psicológicas. Los sueños de este tipo siempre van en sintonía con mis deseos personales e íntimos.

 

En otras ocasiones, la fantasía hace que los saltos que daba volando me llevaban a tierras incógnitas y desconocidas o raras, aunque en algún momento podía haber interferencias con espacios conocidos o habituales, pero difícilmente reconocibles. Prueba de que todo sueño parte de la realidad vivida o experimentada, una realidad que sirve de respaldo a nuestros sueños y les traza rumbos, los orienta en plena fantasía y confusión, y les proporciona sabor y sentido. Una realidad que busca curar sus frustraciones en los sueños y realizarse, consecuentemente, fuera de todo impedimento y limitación que ella misma pone ante nosotros, ante nuestras aspiraciones y ante nuestros sueños. El sueño se presenta así como una superación máxima.

 

Cuentistas e hispanista 

 

 

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