Rue20 Español/ Antofagasta (Chile)
Francisco Javier Villegas
Soñé que trabajaba en un lugar donde el tope máximo de las horas laborales era de 40 horas. Pero, ¿solo lo soñé?. O Bien, ¿lo leí por ahí? Claro. Ahora lo recuerdo. Sucede que, por si usted no lo sabe este tema de las 40 horas, y que hoy causa poco menos que revuelo en el gobierno, en el empresariado y en el Ministerio del Trabajo, es un tema que quedó establecido en el año 1935 por el Convenio 47 de la Organización Internacional del Trabajo donde se determinó, para los países que lo ratificaban, un tope de 40 horas laborales por semana. O sea, el tema data desde hace 87 años.
Es decir, esto no es para nada nuevo, pero como no leemos o no nos informamos, creemos que es parte de un debate actual en el país y que tenemos que agradecer la idea a nuestros gobernantes.
Nada más equivocado, entonces, si los primeros países que hicieron reducción de las cargas horarias, en 1938 y en 1956, fueron Nueva Zelanda y Rusia, en tiempos de la Unión Soviética.
Bien sabemos que para que un convenio se ratifique o entre en vigor se necesitan, a lo menos, dos adhesiones de países y eso fue lo que ocurrió en el año 1957. Holanda, un país de poco más de 16 millones tiene una jornada laboral, entiendo, de 29 horas.
Mientras que Ecuador es el país latinoamericano con la menor jornada que llega a 40 horas.
Cuenta Leandro Lutzky en el importante medio RT en Español, que es el primer canal de televisión ruso en idioma castellano con señal de alcance mundial, que en agosto de 1956 también se plegaron a dicho convenio, lo que hoy es Ucrania y Bielorrusia.
Más tarde, se sumó Australia (1970) y algunos países nórdicos como Noruega (1979), Suecia (1982) y Finlandia (1989).
Luego se añadieron Kirguistán, Azerbaiyán, Uzbekistán (los tres en 1992) y Tayikistán (1993). Al poco tiempo se adhirió Lituania (1994), después Moldavia (1997) y por último Corea del Sur (2011).
En el intertanto, en todas estas décadas, Chile, fue sumando y sumando horas de extensas jornadas para sus trabajadores; recuerdo bien en el campo cuando mis mayores salían a trabajar a las 4 de la madrugada para ver terneros, vacas y ovejas. Hasta el día de hoy existen lugares en que el trabajo no tiene horario, en rigor; y, en otros casos, hay jefaturas que obligan a las personas a trabajar en la madrugada, enfermas o próximas casi a entrar a un quirófano. La consigna es trabajar y producir sin mirar como todo eso afecta a la calidad de vida de la población.
Hace cinco horas, solamente, una noticia nacional, de un medio escrito, consigna de manera hasta irrisoria la disparidad de criterios entre el mundo de los expertos o académicos y el empresariado tanto en las formas de observar lo que el gobierno anunció en cuanto a sus indicaciones al proyecto de reducción laboral a 40 horas como a su gradualidad. Mientras unos indican que la gradualidad no es lineal de, por ejemplo, una hora por año; otros, plantean que faltan medidas sobre la adaptabilidad laboral y de cómo mejorar la productividad.
Sin embargo, poco o nada se dice que la idea es estirar al máximo, hasta pasar los noventa años para que Chile tenga, efectivamente asumida la norma convenida en el año 1935. ¿Qué le parece a usted? En un tiempo en que se habla mucho del enfoque de conciliación entre familia y trabajo para que el trabajador, empleado, obrero o funcionario tenga más tiempo para actividades distintas a las del trabajo, poco o nada se dice de las condiciones justas del trabajo, el tiempo para el bienestar, el salario o remuneración digna y el ambiente laboral para desarrollar el quehacer.
Ante la necesidad física, mental y social que lleva a priorizar el tiempo más que el dinero, muchos trabajadores han cambiado sus prioridades: hoy un gran sector busca rebajar las largas jornadas y turnos de trabajo, aunque eso implique la reducción salarial, pero sabemos que con los sueldos tampoco alcanzan, entonces nos vemos “entre la espada y la pared”.
La discusión de la reducción de la jornada laboral abre la posibilidad de debatir cuánto se puede trabajar sin rebaja de sueldo y sin que la atención vaya en desmedro de la calidad de vida de trabajadores y pacientes, o de estudiantes y profesora/os.
Por otro lado, diversos estudios demuestran que, para las generaciones más jóvenes, por ejemplo, el tiempo libre es tan importante como el éxito laboral. El balance entre la familia y el trabajo es un elemento muy valorado a la hora de elegir un puesto de trabajo. Los jóvenes rechazan cada vez más trabajar horas extras, así como en fines de semana, incluso si en este último caso hay una compensación adicional.
Pero esto no significa que los jóvenes o las personas, en general, sean perezosos o que se trate de una generación extraviada. «Se trata simple y sencillamente de que nosotros debiéramos priorizar nuestro bienestar -antes de que sea demasiado tarde». Preferir ser felices porque ya sabemos cómo no queremos vivir porque sentimos lo que trae consigo trabajar hasta el cansancio lo que se traduce en el síndrome de agotamiento o lo que nos maltrata como sociedad: saber que nuestra jubilación será exigua a pesar de haber dado tantas y tantas horas al trabajo.
Que el sello de las 40 horas también llegue a implementarse en distintos espacios laborales del país en un diálogo entre funcionarios y las organizaciones, en general.
Seguramente, para eso hay que enseñar, capacitar, leer y asumir ambientes de confianza para no perder la esencia humana de todos y todas realizando un proceso de diálogo social y laboral buscando lo que se ha denominado “una buena vida garantizada”.