Rue 20 Español / Uchda
El informe del Departamento de Estado estadounidense de 2023 ofrece un retrato implacable de un país sumido en la opresión, donde el régimen militar perpetúa su control mediante la represión sistemática y el silenciamiento de cualquier voz disidente. Aunque publicado hace un año, los acontecimientos recientes, como la detención del célebre escritor Boualem Sansal y la intensificación de las persecuciones tras las elecciones presidenciales de diciembre de 2024, refuerzan la vigencia de sus conclusiones: Argelia es hoy un país más cerrado y autoritario que nunca.
El Hirak, el movimiento pacífico que en 2019 sacudió los cimientos del poder argelino y logró la renuncia de Abdelaziz Bouteflika, representó en su momento una esperanza de transición democrática. Sin embargo, el régimen militar, lejos de abrir un espacio de diálogo, sofocó rápidamente las aspiraciones populares. Aprovechando la pandemia de 2020 como pretexto, las autoridades impusieron restricciones severas a las manifestaciones y arrestaron a figuras clave del movimiento. Informes de Amnesty International y del propio Departamento de Estado estadounidense denuncian que cientos de activistas, periodistas y manifestantes pacíficos han sido detenidos bajo acusaciones ambiguas como “atentar contra la seguridad del Estado” o “difundir noticias falsas”.
La reciente detención de Boualem Sansal, reconocido intelectual crítico con el régimen, simboliza la intolerancia del poder hacia cualquier figura que cuestione el statu quo. Este arresto no es un caso aislado: periodistas como Ihsane El-Kadi, condenado por cargos sin fundamento, o Mustapha Bendjama, detenido por asistir a una activista en su salida del país, son víctimas de la misma política represiva. Medios independientes como Radio M y Maghreb Émergent han sido clausurados, mientras las leyes adoptadas en 2023 restringen aún más la libertad de prensa y fortalecen el control estatal sobre el espacio mediático.
El régimen ha logrado imponer un clima de miedo donde la disidencia no tiene cabida. Asociaciones civiles históricas, como la Liga Argelina de Derechos Humanos o el Rassemblement Actions Jeunesse (RAJ), han sido disueltas arbitrariamente, mientras las detenciones arbitrarias y los procesos judiciales amañados se han convertido en parte de la rutina diaria. La definición ampliada y ambigua de “terrorismo” en el código penal permite al régimen procesar a activistas, intelectuales y opositores como criminales, violando abiertamente los estándares internacionales de derechos humanos.
Las elecciones presidenciales de diciembre de 2024, lejos de ser una oportunidad para el cambio, consolidaron el statu quo. Celebradas en un clima de censura, detenciones y represión, los comicios no fueron más que una formalidad diseñada para perpetuar el control del régimen militar. Tal como denuncian analistas y organizaciones internacionales, el proceso electoral careció de transparencia y garantías mínimas, dejando aún más claro que el poder argelino está decidido a ignorar las demandas de su propio pueblo.
Desde Marruecos, es imposible ignorar la paradoja argelina: el régimen militar continúa destinando ingentes recursos a alimentar su hostilidad crónica hacia la integridad territorial de Marruecos, mientras el pueblo argelino sufre un deterioro económico y social alarmante. El conflicto exterior se utiliza como una cortina de humo para ocultar el fracaso interno del régimen, desviando la atención de una sociedad cada vez más descontenta y desesperanzada.
El informe del Departamento de Estado y las denuncias constantes de organizaciones como Amnesty International son un llamado urgente a la comunidad internacional. El régimen militar argelino, atrapado en su propia lógica represiva, no puede sostenerse indefinidamente a base de intimidación y control. La verdadera amenaza para Argelia no proviene del exterior, sino del inmovilismo político, la corrupción y la falta de libertades fundamentales que asfixian al país.
Argelia está en una encrucijada crítica. El régimen tiene dos caminos: escuchar las legítimas demandas de su pueblo y abrir un espacio para la democratización, o persistir en un modelo represivo condenado al fracaso. Mientras tanto, el pueblo argelino sigue atrapado en un ciclo de opresión e incertidumbre, esperando un futuro donde la justicia, la libertad y la dignidad no sean solo una promesa, sino una realidad concreta.