Rue 20 Español / Marrakech
La reciente entrega de premios de la Confederación Africana de Fútbol (CAF) ha vuelto a dejar una sensación amarga en el seno del fútbol marroquí y, en realidad, en el de toda África. En un año en que Achraf Hakimi ha deslumbrado al mundo con un rendimiento sobresaliente tanto con el Paris Saint-Germain como con la selección nacional de Marruecos, su exclusión como mejor jugador africano resulta difícil de comprender y aceptar. No se trata de desmerecer el talento del ganador, Ademola Lookman, quien ha realizado una temporada destacada, sino de plantear una pregunta incómoda: ¿Qué más debe hacer un jugador para ser reconocido de forma justa?
Hakimi no es un jugador más. Es el emblema de una generación que ha llevado el nombre de Marruecos y del continente africano a las cimas más altas del fútbol mundial. Su actuación en la pasada temporada lo colocó, una vez más, como uno de los mejores laterales del planeta. Con el PSG, ha demostrado ser una pieza fundamental en la consecución de títulos, y ha llevado a cabo una labor defensiva y ofensiva que pocos pueden igualar. Su presencia, su liderazgo y su constancia han sido innegables.
En el plano internacional, el compromiso de Hakimi con los Leones del Atlas sigue siendo un ejemplo para el fútbol africano. Fue clave en los éxitos recientes de Marruecos, con actuaciones que no sólo entusiasmaron a los marroquíes, sino que también generaron admiración en la esfera internacional. El olvido de su nombre en este galardón supone una decepciónno sólo al jugador, sino también a una afición que sigue esperando justicia y equidad por parte de su propia confederación.
La cuestión no es nueva. Marruecos ha sido testigo, en más de una ocasión, de decisiones que resultan cuanto menos cuestionables. El año pasado, nombres como Yassine Bounou, quien brilló con luz propia en Europa, quedaron también relegados. Es como si los logros extraordinarios de nuestros jugadores se midieran con una vara diferente.
El problema va más allá de un premio individual. Reconocer a un futbolista como Achraf Hakimi no es un favor ni un gesto condescendiente; es una obligación de justicia deportiva. Los premios, cuando pierden credibilidad, arrastran consigo la imagen de las instituciones que las otorgan. La CAF, como máximo organismo del fútbol africano, debería preocuparse por preservar la transparencia y el merecimiento en sus decisiones.
Por su parte, Hakimi seguirá haciendo lo que mejor sabe: dejar huella en cada partido, representar con honor a su país y elevar el prestigio del fútbol africano. Pero los aficionados y los analistas seguiremos preguntándonos si realmente la CAF está cumpliendo con su misión de valorar y reconocer a quienes, con su esfuerzo y talento, escriben la historia del deporte en nuestro continente.
El futuro dirá si la institución decide corregir el rumbo. De momento, la ausencia de Achraf Hakimi en el trono del fútbol africano en 2024 será recordada no como un logro del ganador, sino como un «olvido» que dejará su mancha en la memoria de los amantes del deporte rey. Marruecos y Áfricamerecen algo mejor.