Rue20 Español/ Dajla
En Argelia, donde el tiempo parece congelado en un eterno retorno al pasado, las sorpresas políticas nunca dejan de asombrar a propios y extraños. El reciente (auto)nombramiento de Saïd Chengriha, jefe del Estado Mayor de 79 años, como ministro delegado de Defensa Nacional, no es simplemente un movimiento de piezas en el ajedrez político del régimen. Es una prueba contundente de que los hombres de kaki han moldeado y siguen moldeando el destino del país a su antojo.
Chengriha, célebre por su inquebrantable lealtad a los intereses de la cúpula militar, ha decidido ir aún más lejos en su consolidación de poder. Ya no se conforma con dirigir las fuerzas armadas; ahora amplía su influencia al ámbito político, relegando aún más la ya frágil apariencia civil del régimen. No le basta con controlar el ejército; aspira a dominar todo el aparato estatal. Mientras tanto, los argelinos enfrentan una economía en ruinas y una juventud sin futuro, mientras el general parece más preocupado por adornar su pechera con nuevos títulos que por enfrentar la crisis económica y social que asfixia al país.
En un país donde las decisiones parecen reflejar los caprichos de una pandilla de carcamales antes que el razonamiento de políticos serios, muchos ciudadanos han respondido con sarcasmo. «El único ejército del mundo que posee un país», «Dentro de poco, superará a Corea del Norte», se lee en redes sociales. Y es que Abdelmayid Tebboune, cuya función como presidente parece limitada a prestar su firma, no podría estar más desplazado. Chengriha no solo se consolida como el hombre más poderoso de Argelia, sino como el verdadero arquitecto del sistema político-militar que domina el país.
Los comentarios no tardaron en acumularse. Algunos, con mordaz ironía, se preguntaron si Chengriha se había firmado a sí mismo el nombramiento. Otros sugirieron que, por su supuesta familiaridad con urólogos y su enuresis senil circadiana (o, en español sencillo, su hábito de orinar en la cama día y noche), habría sido más apropiado nombrarlo ministro de Salud. Pero más allá de las bromas ácidas, la acumulación de poder en una sola figura evidencia un deterioro institucional alarmante. El mundo avanza hacia modelos democráticos, pero Argelia permanece atrapada en un sistema donde las élites militares controlan cada rincón del poder, y los ciudadanos, cada vez más desilusionados, solo pueden mirar desde la distancia.
Es inevitable trazar paralelismos con otros regímenes donde los uniformados se aferran al poder como si su vida dependiera de ello. Lo más inquietante de este nombramiento no es solo su naturaleza arbitraria, sino el mensaje que envía: los gerontócratas de uniforme no tienen intención de ceder el control. En Argelia, el reloj parece haberse detenido hace décadas, con una élite militar que no solo se niega a darle cuerda, sino que tampoco contempla la posibilidad de pasar el testigo.
¿Qué sigue ahora? Quizás la designación de un oficial octogenario como ministro de Juventud, solo para añadir una pizca de ironía a los nombramientos. Porque en el sistema argelino, parece que todo es posible, excepto lo más urgente: una reforma real y necesaria.