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miércoles, octubre 23, 2024

La deriva argelina: cuando la gerontocracia piensa que pilota el Magreb

 

Rue20 Español/ Uchda

Es, cuanto menos, sorprendente ver cómo el régimen gerontocrático argelino, en su absurda búsqueda de protagonismo, sigue convencido de que puede imponer su peso muerto sobre la región. Un claro ejemplo es la reciente visita del ministro de Exteriores tunecino a Argelia, quien no dudó en elogiar «haber beneficiado enormemente de las directrices» del presidente argelino, lo que ha desatado un auténtico revuelo mediático. Lo que para algunos es simple diplomacia, para otros es una humillante subordinación de Túnez a las ambiciones hegemónicas de un Argel envejecido y desgastado.

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El comentario adulador y servil del ministro tunecino hacia el presidente argelino no solo ha levantado ampollas en Túnez, sino que ha evidenciado la subordinación tan patética como humillante que ciertos gobiernos, en crisis de identidad y dirección, son capaces de aceptar. Los tunecinos, con razón, han visto en esas palabras una traición a su dignidad nacional y una afrenta directa a su soberanía, mientras que en Argelia, la prensa progubernamental  celebra este servilismo tunecino como una gran victoria diplomática. ¡Qué ingenioso es pretender ser el «hermano mayor» cuando no puedes siquiera gobernar tu propia casa!

Pero la realidad es mucho más cruda: el régimen argelino está tan debilitado que solo puede hallar consuelo en proyectar un poder espurio sobre sus vecinos más vulnerables. Esto no es nuevo; ya lo hemos visto durante décadas en su obsesión con el Sahara marroquí. En lugar de buscar prosperidad para su pueblo, prefieren gastar exorbitantes recursos financieros del erario público en un conflicto prefabricado que no conduce a nada, salvo a arrogarse el falso título de «grandes defensores» de causas que ni ellos mismos entienden ni creen.

Ahora es urgente preguntarse: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo podrá el régimen militar argelino seguir recurriendo a estas tácticas desgastadas? Argelia es como un gigante con pies de barro, un enano que pretende proyectar una imagen de fortaleza mientras su propia población clama por cambios profundos. Al final, este juego de influencias no es más que un reflejo de la fragilidad interna del país, donde cada intento de imponer su control en la región es un esfuerzo desesperado por ocultar su inevitable decadencia.

Pero ojo, Túnez no es la única ficha en su tablero. La Argelia senil – y me remito a las evidencias físicas de sus gobernantes – busca desesperadamente, a cualquier precio, reconfigurar todo el Magreb según sus intereses. Mientras tanto, internamente tambalea como un castillo de naipes, incapaz de sostener su propia estructura. Cada movimiento exterior no es más que un intento por desviar la atención de su propia descomposición, aferrándose a viejas estratagemas para ocultar su creciente decadencia ante un país que pide a gritos renovación, dignidad y justicia.

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