Rue20 Español/Rabat
El Abbas Tahri Joutey Hassani
Argelia, país donde la libertad de prensa es tan frágil como una hoja bajo una tormenta de propaganda estatal, vuelve a hacer de las suyas. Tebboune, recién reelegido para un segundo mandato, no ha perdido tiempo en recordar quién lleva las riendas al suspender a uno de los pilares mediáticos de su propio régimen: Djazair Al Ghad.
El periódico, un diario conocido por su celo en retransmitir las fantasías conspirativas del poder, parece haber sobrepasado los límites en esta ocasión…; o más bien, haber cruzado la línea roja invisible que separa la propaganda autorizada de la información demasiado molesta.
El Ministerio de Comunicación se apresuró a acusar al periódico de publicar «información engañosa». En un clima en el que cada publicación parece dictada por la paranoia de un complot internacional contra la estabilidad de Argelia, era inevitable que un exceso de celo mediático se volviera contra sus autores.
Djazair Al Ghad, fiel caja de resonancia de las disparatadas teorías sobre los intentos de desestabilización del país, ha visto a sus responsables convocados por el Ministerio de Comunicación. Sencillamente por haberse atrevido a publicar un artículo que mencionaba un «complot sionista» que no tenía otro objetivo que el asesinato de Tebboune desde el balcón del Muppets Show made in Algeria. La famosa teoría de la conspiración, el argumento favorito de los regímenes acorralados. Pero esta vez, el que riega ha sido regado.
El titular de su portada no dejaba mucho lugar a la ambigüedad: «Después de la operación Star Six para desestabilizar Argelia, ¿planean los sionistas asesinar a Tebboune?«. En un país donde la paranoia se erige en sistema, este tipo de titulares sensacionalistas hacen furor. Sin embargo, contra todo pronóstico, el exceso de sensacionalismo ha acabado por desagradar a quienes suelen fomentarlo. ¿Será este el comienzo del cambio made in «BGR Group»? La pregunta queda en el aire?
En una ironía de lo más sabrosa, Djazair Al Ghad se convierte en víctima del sistema que tan ardientemente ha defendido. Tras ser convocados, los responsables del periódico tuvieron que dar explicaciones sobre el contenido de un artículo que mencionaba un improbable complot al estilo de las «fuerzas del mal».
Esta vez el algoritmo conspirativo ha ido demasiado lejos, hasta el punto de causar vergüenza en la cúspide del Estado.
En consecuencia, el Ministerio de Comunicación, siempre dispuesto a defender una determinada idea de la información, ha suspendido pura y simplemente la impresión de Djazair Al Ghad.
El comunicado oficial menciona violaciones de los artículos 3, 20 y 35 de la ley orgánica sobre la prensa escrita y electrónica. Traducido en términos más sencillos: el periódico está acusado de haber publicado afirmaciones no verificadas y, sobre todo, de haber traspasado esa famosa línea roja al inmiscuirse en un tema tan delicado como la supervivencia física del presidente.
Lo fascinante de esta historia es hasta qué punto ilustra la degeneración de un sistema donde la prensa no es más que un brazo armado de la propaganda estatal. En Argelia, los periódicos se apresuran a demostrar su lealtad difundiendo relatos de conspiraciones, sin la menor prueba, en una carrera desenfrenada por apaciguar a las instancias superiores. Pero esta misma lealtad puede volverse en su contra en cuanto se traspasa la frontera del exceso de celo. El periódico que ha pagado el pato es la prueba.
No es tanto el contenido en sí lo que plantea un problema (después de todo, los medios de comunicación pro-régimen están acostumbrados a este tipo de historias), sino el hecho de que Djazair Al Ghad se haya atrevido a jugar con la idea de un complot contra el presidente, un tema aparentemente considerado demasiado delicado en un momento tan crucial como el inicio del segundo mandato del mal llamado y elegido.
En este clima en el que cada palabra se pesa y cada frase se vigila, la caída del periódico no es sólo una advertencia para sus compañeros, sino para todos los medios de comunicación argelinos. La lección es clara: la línea entre el celo servil y la falta imperdonable es tan fina como el ego de los dirigentes argelinos.