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martes, diciembre 3, 2024

Khadija Idmbark, el relato de una madre-coraje después de un año del terremoto de Marruecos

Rue20 Español/ Uirgan

 

Ante las dificultades, algunas personas son capaces de mostrar sobriedad en la adversidad y dignidad en el dolor, como Khadija Idmbark, superviviente del violento terremoto que sacudió la región de El Hauz el 8 de septiembre de 2023.

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Casi un año después, Khadija recuerda aquella terrible noche, que dio un vuelco total a su vida, pero que no mermó su determinación de volver a recomponerlo todo.

«Aquel día perdí a dos de mis hijas al derrumbarse nuestra casa. Aquella tragedia dejó una marca indeleble de dolor en mi alma», cuenta esta cincuentona, con la voz llena de emoción y los ojos rebosantes de lágrimas.

Khadija es propietaria de un café-restaurante en Uirgan, una comuna rural encaramada en las montañas del Alto Atlas (a 62 km de Marrakech).

Siempre en movimiento, se desenvuelve con soltura entre la cocina de su café y la terraza con vistas al hermoso paisaje del lago de Uirgan, donde sus clientes acuden a tomar un té a la menta o a degustar los sabrosos tajines que prepara con esmero y pasión.

«Mi día empieza al amanecer. Con las primeras luces, me pongo el delantal y me pongo a trabajar», dice, con el rostro iluminado de repente por una sonrisa radiante.

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Su trabajo consiste en preparar con sus manos expertas platos exquisitos, cuyo olor perfuma todo el barrio, todo ello en un ambiente alegre y de buen humor.

Con una sonrisa por aquí y una palabra amable por allá, ha conseguido que su café-restaurante sea mucho más que un lugar de trabajo: es un lugar para compartir, de convivencia y de terapia colectiva para su comunidad y sus clientes.

Sentada en los escalones que conducen a la puerta de su casa, en el duar de El Bor, Khadija explica cómo decidió tomar las riendas de este establecimiento familiar tras la enfermedad de su marido, hace unos diez años.

Por las tardes, como las gaviotas que vuelven a sus nidos, es también una madre abnegada y solícita. A pesar de sus largas jornadas de trabajo, encuentra tiempo y energía para atender a los miembros de su familia y compartir momentos de complicidad con sus hijas, que siempre se apresuran a ayudarla en las tareas cotidianas.

Amanece otro día en Uirgan. La vida vuelve a la normalidad. Al igual que los olivos milenarios que se aferran a esta tierra bendita, Khadija, como todos los habitantes de su aldea, está más decidida que nunca a remontar el vuelo.

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