Rue20 Español/ Fez
Meryem Ghoua
Hace exactamente un año, el panorama futbolístico se iluminaba con la grandiosidad del Mundial de Catar; sin embargo, entre los destellos más intensos y memorables, se libró un encuentro crucial que involucró a Marruecos y Croacia [1-2]; un enfrentamiento que dejó una huella imborrable en la historia. Pese a que el tiempo ha transcurrido velozmente, sus efectos perduran y han transformado al equipo marroquí de modo sumamente notable.
En aquel entonces, emergimos de un Mundial excepcional, siendo un paréntesis cautivador que nos envolvió en una nube de exaltación; aunque nos vimos empañados por una amarga derrota y ciertos contratiempos arbitrales en la semifinal contra Francia [0-2], esos momentos aún están frescos en nuestra memoria y continúan impulsándonos hacia adelante.
No obstante, el resplandor que rodeaba al equipo soñado de Walid Regragui no podía mantenerse sempiternamente; tal es la naturaleza del deporte, y de la vida misma. Tras el éxtasis, debíamos seguir avanzando, retornar a la competición y aterrizar desde nuestra ensoñación maravillosa.
Para los Leones del Atlas, la caída no fue tan devastadora como se temía; podría haber sido difícil reavivar la motivación en jugadores que habían alcanzado un estado de éxtasis futbolístico. Sin embargo, la mayoría de los jugadores clave que lideraron la campaña en Qatar siguen aquí, no por lealtad ciega hacia el entrenador Regragui, un pragmático en esencia, sino porque no se ha producido un choque en pleno vuelo. Estos héroes de Catar han seguido adelante, superando pequeños obstáculos temporales en su camino.
Un año después, figuras destacadas como Hakimi, Bounou, Aguerd, Ziyech, En-Nesyri y Amrabat continúan en la escena, más motivados que nunca; su impulso proviene de un mensaje profundo que el seleccionador marroquí supo transmitir e insuflar al final de la pausa posterior al Mundial: «Nuestro próximo objetivo es África»; en estas circunstancias, la complacencia se vuelve inaceptable.
Desde entonces, más allá del balance deportivo de esta selección que ha sido honesto aunque no excepcional, lo que ha experimentado un cambio verdadero es el estado de ánimo y el nivel de compromiso mostrados por los jugadores. Es en este aspecto donde se ha producido una transformación significativa; cuando Marruecos, por ejemplo, venció a Brasil en un amistoso [2-1, marzo de 2023], fue resultado de ese espíritu y confianza interna que han avivado.
Esta evolución también se plasma en la tranquila integración de jóvenes talentos como Ismael Saibari y Bilal El Khannous, entre otros; es más sencillo adaptarse a un colectivo engrasado, a un grupo cohesionado que posee certezas en su juego y es capaz de convivir en armonía.
Estos aspectos serán de vasta envergadura, cuando Marruecos defienda su estatus como favorito en la próxima Copa Africana de Naciones, a punto de comenzar en menos de un mes; no hemos de olvidar que, en el pasado, los Leones del Atlas nos han sometido a altibajos tras un Mundial exitoso. Acordémonos, pues, del desastre que siguió a México 1986, cuando los marroquíes no pudieron participar en la Copa Africana de Naciones de 1988, celebrada en su propio suelo.
Lo que Marruecos ha ganado desde el Mundial es una mentalidad, un impulso, y una «serenidad»; quedando activos invisibles, pero tremendamente determinantes.
¿Nos encontramos, en consecuencia, a salvo de tales desilusiones? la respuesta es incierta. Algo nos susurra que la generación de 2022 aún tiene mucho que ofrecer. Siguen hambrientos de éxito, y poseen un potencial indiscutible, el entrenador Regragui lo ha recordado con vehemencia, proclamando que esta generación aún no ha ganado nada.
A fin de que alcancen la gloria, deberán exhibir cualidades que trasciendan lo deportivo, lo técnico y lo táctico: una mentalidad acerera, forjada en la determinación, y la resiliencia.
