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Abderrahmane Belaaichi
La vida es un enigma difícil de comprender pero mejor así, porque de entenderla toda, perderá su encanto y su sigilo. Persiste en mantener esa postura, y, personalmente, me encanta y me sienta bien además, aunque muchas veces necesitamos ver las cosas con máxima claridad que nos permita hacer buena elección de las muchas opciones que nos ofrece, dar con el buen camino ante los dilemas en que nos pone o tomar posición frente a desafíos que encaramos cada día.
La vida nos pone ante una lucha cotidiana y es una prueba difícil, pero muy útil y hasta necesaria para superarnos y trascender nuestros límites y limitaciones, conocer nuestras deficiencias y descubrir nuestras habilidades, evaluar nuestra capacidad de aguatar y medir el alcance de nuestra paciencia.
La vida está hecha de cosas y hechos, poco o muy claros según las circunstancias y situaciones.
Pero también según las personas. Lo que es difícil y complicado para unos no lo es forzosamente, o no lo es por lo menos de igual manera, para otros. Lo que parece claro para unos, no lo parece siempre para otros. Es otro encanto y, al mismo tiempo, otro regalo de la vida. No podrá haber lugar a la uniformidad que lleva automáticamente a la conformidad, que por supuesto mata desde la cuna todo proceso de iniciativas que quitan tapa a nuestra imaginación y dan rienda suelta a nuestra creatividad.
Nada iguala entonces la diferencia y la diversidad. Son insustituibles. Irremplazables. Sin las diferencias nuestras vidas carecerán de valor y adolecerán de sabor. Un estancamiento exacerbado aun por la rutina y la monotonía. Sin novedad ni expectativas. Y por consecuencia, sin esperanzas de avanzar o progresar. Sin objetivos o metas. Sin motivaciones o incentivos.
Las diferencias ponen de realce la importancia de lo que está a nuestra posesión o a la del Otro. Nos enseña la belleza de las cosas. Permite apreciar más lo que poseemos y no juzgar nunca solo desde la óptica de lo que tenemos. En la diversidad se palpa la generosidad de la vida aunque es dura para con muchos.
La diferencia fomenta en nosotros el espíritu de la tolerancia y los valores de la aceptación del Otro en tanto que diferente de nosotros, por ser simplemente nuestro espejo. El Otro es yo y yo soy el Otro. Es el reflejo de los roles que hacemos todos entre nosotros entonces aunque de modo individual, pero que se complementan y participan en el diseño del cuadro de la vida colectiva, como las piezas de ajedrez, diferentes todas por el tamaño y por la función, pero imprescindibles las unas para las otras.
Cuando la diferencia es riqueza, cuando la diferencia es un plus, cuando la diferencia es reflejo de la diversidad, cuando la diferencia lleva a la tolerancia, al entendimiento y a la concordia, merece la pena entonces ser diferentes. La diferencia cobra por lo tanto su plenitud, su pleno significado, su auténtica acepción. Cumple entonces con su misión y rol que le son asignados, y que son al mismo tiempo su razón de ser y existir.
Por su naturaleza, el ser humano se inclina a la uniformidad. La diferencia aporta en general inquietudes e invita al rechazo. Todo lo que no se nos parece da miedo y hasta asco, y se cree consecuentemente que hay que combatirlo y luchar contra él.
Sin embargo, no es obligatorio que nos parezcamos, pero sí que nos entendamos en cuanto que diferentes tolerando y gestionando las diferencias con inteligencia y con mucha conciencia y sensatez.
Es cierto que somos diferentes por la raza, el color, la religión y las creencias, el origen, la patria y la lengua. Es evidente también que somos diferentes en la comprensión, el entendimiento, en la perspectiva, la opinión y la interpretación así como en la forma de recibir y percibir la realidad y los detalles de la realidad. Normal también es que seamos diferentes en nuestras orientaciones, convicciones e ideologías.
No hay malo en ello, al contrario es muy sano, natural e incluso necesario, y es, además, resultado inmediato de la ley de la diferencia y una de sus manifestaciones directas y evidentes. Esa misma diferencia cuyas condiciones dispone la propia naturaleza tomando en cuenta también la diferencia de las personas, los espacios, el tiempo, las circunstancias y los acontecimientos en contextos en que los intereses y las prioridades luchan sin tregua.
Sin embargo, nos unen valores universales convencionales y reconocidos de todos que han constituido siempre la razón misma de ser y de estar del ser humano en este planeta, y un motivo evidente de su continuidad y convivencia en este universo.
Una convivencia que conoce momentos ora de flexibilidad ora de violencia según las condiciones, pero siempre bajo el lema de los valores humanos universales. No podemos entonces no estar de acuerdo sobre conceptos generales que están a la base de esos valores como el respeto, la consideración, la dignidad, la honradez, la generosidad, la paz, la reconciliación, el perdón, el indulto, la transparencia, la solidaridad, la unión, la afección o el amor…..
Son conceptos globales y abstractos cuyo significado puede parecer para muchos muy ideales y difíciles de realizar o alcanzar. Es verdad hasta cierto punto, pero ello no impide aspirar a ellos. Forman parte de los detalles de la vida de los que no hay que pasar, subestimar o despreciar. Nos motivan para que aspiremos a un futuro mejor, invirtiendo así todos nuestros medios, a pesar de su limitación, con el propósito de lograrlos o por lo menos obrar por realizarlos en su grado mínimo.
Sin embargo, su realización en el terreno requiere de unas condiciones que tampoco cuestan gran esfuerzo. Si las satisfacemos, estaremos seguramente dando pasos firmes que nos pondrán en el buen camino. Tenemos que resistir las tentaciones de la vida, luchar contra nuestros caprichos, dominar sobre todo nuestro egoísmo y atenuar la intensidad de nuestro individualismo.
Pensar en establecer en su lugar valores de altruismo, abnegación y sacrificio. Tener a la concesión como otro ingrediente de esta receta que cada uno se tiene que determinar en su mente y considerarla como hoja de ruta que lleva a la concordia y a la coexistencia armónica en medio de nuestras diferencias de modo que permita prevalecer el interés común y general pero sin perjudicar en absoluto los intereses personales. Lo cual convierte las diferencias en un elemento que dispone fuerza y solidaridad en vez de constituirse en un arma que siembra enemistades y ensancha las brechas.
● Hispanistas y cuentista
Comparto todo lo que viene en su artículo. Hay que aceptar al otro lal como es, sin condiciones porque lo que no me gusta de una persona lo apreciarían miles, y lo que soy puede irritar a miles por otro lado.
Todo consiste en considerar al otro como ente distinta pero no enemiga. De este modo, el mundo viviría en una armonía reconfortante.
Saludos.
Gracias al otro y por su cultura, su lengua o por su religión diferente a la mía me identifico a mí mismo. La convivencia y el entendimiento mutuo es posible si los valores universales mencionados en el artículo son la guía de la gente. Saludo cordial