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viernes, noviembre 22, 2024

Sensaciones inusitadas 1/2

 

Rue20 Español/ Agadir

 

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Abderrahmane Belaaichi

 

 

“Esta sensación/reflexión y otras más, la he escrito en momentos diferentes, momentos en que sentía y creía que necesitaba ese ejercicio para salvarme de la obsesión de tanto pensar que me ata sin clemencia. Creía que la escritura podría liberarme y confieso que lo ha conseguido. A lo mejor son reflexiones sueltas e independientes que liberan el alma y el espíritu, y que forman parte de la misma cadena. La cadena de la Vida. La mía y quizá también la de muchos, como yo.”

 

Nuestros sueños son ilimitados, infinitos y renovados. ¡Qué alivio! porque de lo contrario nos agobiamos, estallamos y explotamos. Los sueños dan sabor a nuestras vidas, dan colores a nuestras expectativas. Dan aliento para seguir adelante y seguir soñando y viviendo a pesar de todo.

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Los sueños, los verdaderos, son aquellos que nos dejan con aliento, con aliento de continuar, de ensayar todo, de agotar todas las posibilidades, para no dejar ninguna grieta a la desesperanza, no dejar que la inquietud, el escepticismo o la desilusión se acaparen de nosotros, de nuestras almas y espíritus.

 

No hay nada malo o peor que perder el sentido de vida, de la verdadera vida. La vida tal y como se debe concebir y sobre todo vivir. Sé que no es fácil. La vida es sinónimo de obstáculos, dificultades y retos.

La vida de cada día, la vida que vivimos, está hecha de sueños; cada día soñamos, toda la ilusión que ponemos en nuestra vida es sueño. Todo cuanto pensamos, planeamos o proyectamos es sueño.

 

El sueño lo ponemos por delante de todo. Pero si hablamos de los sueños que hacemos cuando nos tumbamos, cuando nos apartamos de todos y del mundo entero, cuando estamos solos con nosotros mismos, con nuestros espíritus y almas; estos sí, que nos llevan a veces a mundos surreales, fantásticos y maravillosos; otras veces, a la decepción, a la inquietud y al terror, dependiendo muy a menudo del estado de ánimo en que nos encontramos en esos momentos.

 

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Mis sueños infantiles siempre los esperaba porque me aportaban mucha alegría y felicidad. Muy pocas veces me inspiraban miedo o angustias, muy pocas veces. Soy muy optimista porque no se puede abordar la vida de otra manera y si no vas a vivir sumergido en torturas y sufrir en la inquietud permanente.

 

Por eso una vez que me metía bajo las sábanas y mantas de mi cama, lo primero que hacía era dar rienda suelta a mi imaginación en un intento de captar las ondas del paraíso. El sueño entonces empezaba en la vigilia. Era cuando me planteaba una sarta infinita de planes y proyectos, y sobre todo las opciones diversas para asfixiar toda tentativa de poner en mi trayecto sueños negativos portadores de pesimismos y negativismos.

 

En mi alejado pueblo cuando los niños estaban dormidos, yo permanecía despierto no para jugar sino para seguir abriendo los ojos en la oscuridad, abrir los ojos para reencontrarme con fantasías y siluetas de seres que sólo yo imaginaba y creía ver y conocer. Cuando decidía hacerlo nadie podía ni era capaz de impedírmelo. Lo hacía en momentos bien precisos y no lo hacía tampoco a mi antojo; lo hacía cuando sentía que una fuerza interna me empujaba e impulsaba para despertarme y espabilarme; lo hacía incluso sin tener ganas. Sin embargo lo hacía. A pesar mío incluso, lo hacía.

 

Me pregunto hoy si era suficiente vivir con los sueños, me pregunto si no era una farsa, una trampa, o si no me engañaba a mí mismo, si ello no reflejaba una debilidad o deficiencia en alguna parte de mí, de mi ser. Me planteo todavía un montón de preguntas que no hacen sino atizar la curiosidad, mi curiosidad, pero también y sobre todo mi anhelo de querer hacer, de querer realizarme. Hay que decir que el ambiente campesino de aquel entonces ayudaba mucho a refugiarme en mis sueños, en medio de la oscuridad que resultaba de la falta de electricidad en aquellas alejadas y duras montañas ya que el proceso de electrificación del mundo rural empezó años más tarde.

 

Por falta de electricidad, la noche llegaba temprano e iba muy tarde. Noches largas sin luz, ni televisión, ni cualquier otra distracción para combatir las tinieblas sobre todo de las largas, interminables y frías noches del invierno.

Es verdad que hay momentos en que estas fantasías son un consuelo irreversible que nos aportan compañía en medio de nuestra soledad y solitud; un consuelo que alivia nuestros quehaceres, sufrimientos y dolores; nos alivian y nos permiten así seguir viviendo o sobreviviendo. Un consuelo del que no queremos nunca desunirnos o desatarnos. Un consuelo frente al que hacemos vista gorda, aunque sabemos perfectamente que estamos frente a fantasías intangibles, impalpables e inaccesibles. No vemos nada. Nos ofuscamos la vista. Porque simplemente buscamos momentos, aunque cortos o efímeros, de felicidad, de sentir ratos de paz, quietud y seguridad; cosa que no siempre encontramos en la vida de todos los días, la vida rutinaria que no hace más que exasperar lo ya exasperado y dolorido.

 

Los sueños, los adoraba porque me permitían apartarme de la realidad, de mi realidad, y sentirme dueño de mi propio destino. Los sueños me hacían vivir, aunque efímeramente, en otros mundos que no se parecían en nada a mi mundo, al de todos los seres ordinarios como yo. En el sueño experimentaba sensaciones intensas e inusitadas de placeres infinitos y felicidad absoluta.

 

En el sueño sentía que era otra persona, otro ser, otra criatura, que se dejaba llevar por el capricho de lo fantástico y lo maravilloso. Sentía que mi vida estaba hecha para vivir en esos mundos alucinantes, maravillosos, que sólo era posible ver y concebir soñando, mundos sin fronteras ni barreras. Mundos que inspiraban y conferían a mi imaginación la libertad de actuar y sentirse viva. Mundos que daban sabor a mi existencia, la valoraban como tal sin ningún criterio del que yo no era responsable ni se me consultaba nunca para establecerlo. La vida real no ofrecía tales condiciones porque intervenían en ella actores y factores ajenos que aniquilaban mi persona y la relegaban a rangos muy atrasados. En el sueño, en cambio, era yo el protagonista; diría, el dueño de mi vida aunque no tenía ningún poder sobre cómo se podía llevar el sueño, pero por lo menos, era yo el núcleo, el foco y el centro de interés. Todo giraba a mi alrededor, en torno a mi persona. Me gustaba, entonces y por ello, seguir durmiendo.

 

 

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