Rue20 Español/El Aaiún
La incursión de militares argelinos en territorio mauritano, con el pretexto de perseguir a mineros de oro o terroristas, no puede ser vista como un simple incidente fronterizo. Este episodio, que tuvo lugar en la región de Chagat, a ocho kilómetros de la frontera con Argelia, se enmarca en una serie de demostraciones caóticas de un ejército argelino acorralado.
El ANP, visiblemente superado por los disturbios internos en el sur de Argelia e incapaz de mantener la coherencia entre el discurso soberanista y las acciones sobre el terreno, se ha mordido la cola. El pasado viernes, una patrulla armada argelina cruzó, armas en mano, sin previo aviso y sin la menor coordinación con las autoridades de Nuakchot, la normalmente pacífica frontera mauritana.
El incidente, cuanto menos inquietante, sorprendió a los mineros de oro locales que se dedicaban legalmente a la extracción artesanal. Estos últimos, ante soldados armados que evocaban una hipotética presencia terrorista, alertaron inmediatamente a las autoridades mauritanas.
La gendarmería nacional de Mauritania, acompañada de representantes de la empresa pública encargada del sector minero, se dirigió al lugar, obligando a los intrusos a dar marcha atrás tras proporcionar justificaciones tan torpes como poco convincentes. Este gesto, ampliamente percibido como una flagrante violación de la soberanía mauritana, ilustra una vez más la dudosa capacidad de los militares argelinos para distinguir entre la caza de mineros de oro y el respeto del derecho internacional.
Si Mauritania ha evitado una escalada gracias a la moderación de sus fuerzas, este incidente constituye una clara violación de su soberanía, una flagrante contradicción con los principios que Argelia pregona cuando se trata de sus propias fronteras. En efecto, el régimen de los capos de Argel, que gusta de presentarse como un pilar de soberanía e independencia en África, expone aquí sus flagrantes contradicciones.
Al penetrar ilegalmente en Mauritania, Argelia pisotea los mismos principios que erige en doctrina nacional. Más preocupante aún, estas acciones corren el riesgo de comprometer sus relaciones con sus vecinos, ya fragilizadas por disputas históricas y una creciente desconfianza hacia Argel. Esta intrusión en territorio mauritano se produce en un contexto en el que el Ejército Nacional Popular (ANP) se enfrenta a una serie de desafíos internos.
El sur de Argelia es escenario de sangrientos enfrentamientos entre el ejército y los movimientos independentistas locales. Según informes recientes, al menos 15 militares argelinos habrían muerto y una treintena han resultado heridos en operaciones de represión contra estos grupos. A pesar del despliegue masivo de la 4ª región militar y del apoyo logístico de la 6ª región, las fuerzas argelinas tienen dificultades para contener a los rebeldes, mejor adaptados al terreno y apoyados por la población local, exasperada por los abusos militares.
Estos actos de violencia en Argelia, especialmente en Tinzaouatene, Bordj Badji Mokhtar o Timiaouine, ilustran un ejército acorralado, que utiliza métodos brutales contra los combatientes, así como contra civiles inocentes. Esta espiral represiva revela una incapacidad crónica para establecer una estrategia clara y legítima para responder a las reivindicaciones locales.
La porosidad de las fronteras, exacerbada por el caos en el sur de Argelia, ha llevado a una militarización excesiva de las zonas fronterizas, a menudo habitadas por poblaciones transfronterizas que comparten estrechos vínculos culturales y económicos. En Mauritania, esta dinámica adopta la forma de incursiones armadas disfrazadas de operaciones antiterroristas, lo que refleja la incapacidad de las fuerzas argelinas para controlar los disturbios internos y su propensión a exportar estas tensiones a los territorios vecinos.
Este comportamiento agresivo cuestiona la credibilidad de Argelia como actor regional. Un ejército que supuestamente garantiza la estabilidad, por el contrario, exporta su inestabilidad, despreciando las normas internacionales.
Los recientes acontecimientos ponen de manifiesto un preocupante declive estratégico para una institución militar que, bajo el mando del senil jefe Said Chanegriha, parece más preocupada por la gestión de las crisis internas en Argelia que por el respeto de las normas internacionales.
La incursión en Mauritania no puede verse de forma aislada; se inscribe en una lógica más amplia en la que el ejército argelino, superado por las insurrecciones locales, actúa con urgencia y sin discernimiento.
En definitiva, la incapacidad del ANP para gestionar los disturbios internos en Argelia, respetando al mismo tiempo las fronteras internacionales, refleja un ejército que se tambalea bajo el peso de sus contradicciones y fracasos estratégicos. A fuerza de querer controlarlo todo, ya no controla nada: ni sus fronteras ni su imagen regional.