Rue20 Español/ Rabat
El régimen argelino, fiel a su estilo, ha desenterrado una nueva y extravagante teoría conspirativa para intentar romper el hielo con Francia. Esta vez, asegura que la inteligencia francesa (DGSE) está reclutando terroristas para desestabilizar el país. El embajador de Francia en Argel, Stéphane Romatet, fue convocado para escuchar una lista de acusaciones que parecen más sacadas de una novela de espionaje que de la realidad.
El eje de esta denuncia es Mohamed Amine Aissaoui, presentado en la televisión pública como un “terrorista arrepentido” que, según su propio relato, fue contactado por una asociación francesa llamada ARTEMIS. Esta organización, dice Aissaoui, lo habría puesto en contacto con un supuesto agente de la DGSE, quien le pidió formar un grupo terrorista con exconvictos para ejecutar atentados en Argelia. Todo esto, por supuesto, con el objetivo de desmoronar al gran baluarte de estabilidad que, según su propia propaganda, es Argelia.
En un despliegue de indignación cuidadosamente ensayada, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Argelia calificó estas supuestas acciones de “gestos inamistosos” y “chantajes inadmisibles” por parte de Francia. Con tono solemne, advirtió que “la paciencia de Argelia tiene un límite”, aunque a estas alturas no queda claro si la paciencia de París también lo tiene, pero para tolerar este tipo de dramas. Lo que sí parece evidente es que el verdadero objetivo detrás de este episodio no es desmantelar ninguna conspiración, sino obligar a Francia a prestar atención a un régimen que no soporta ser ignorado.
La indiferencia francesa duele más que cualquier otra cosa. El régimen argelino, cada vez más aislado, necesita desesperadamente relevancia internacional. Sin embargo, su estrategia de sobreactuar solo refuerza la imagen de un gobierno atrapado en el delirio, donde cada sombra es una amenaza y cada silencio extranjero, un insulto. París, mientras tanto, observa con una mezcla de cansancio y desdén, dejando claro que no tiene prisa en responder a quienes insisten en ver fantasmas donde no los hay. Al final, el único “éxito” de esta campaña es confirmar lo que ya todos saben: el régimen argelino está perdido en su propia paranoia.