Rue20 Español/Rabat
El régimen militar argelino debe estar profundamente satisfecho de haber pasado a la historia… como el último defensor de un dictador que huyó de su país con más prisa que dignidad. La reciente caída de Bashar al-Assad no solo dejó al descubierto la fragilidad del régimen sirio, sino que también confirmó algo que todos sospechábamos: el gerontocrático sistema argelino es un especialista en apostar por caballos perdedores. Y ahora, para añadir insulto al daño, un ciudadano sirio se ha convertido en la voz de miles al proponer un uso innovador para la embajada argelina en Damasco: un baño público para los habitantes de Siria. Gratis, por supuesto, como toda política de beneficencia.
La imagen es tan grotesca como simbólica. Argelia, que lleva décadas fabricando enemigos imaginarios y aferrándose a sus delirios de grandeza, ha logrado cimentar su legado diplomático en una letrina política. Mientras otros países se adaptan a los cambios y construyen relaciones basadas en el progreso y la cooperación, el régimen de Tebboune y Chengriha invierte tiempo y recursos en respaldar dictaduras tambaleantes que, tarde o temprano, colapsan con estrépito.
El apoyo incondicional del régimen argelino a Assad no fue un error de cálculo, fue un acto premeditado, producto de su obsesión por perpetuar sistemas autoritarios. La ironía radica en que, mientras los ciudadanos argelinos sufren precariedad económica y carecen de servicios básicos, su gobierno financia aliados moribundos y causas perdidas. Ahora, la propuesta del ciudadano sirio de transformar la embajada en un lugar para “aliviarse” podría parecer una broma cruel, pero tiene un profundo simbolismo: lo que no sirve, al menos puede tener un uso práctico.
Pero vayamos más allá del humor y pensemos: ¿qué lecciones extraerá el régimen argelino de esta situación? Probablemente ninguna. Su maquinaria propagandística encontrará rápidamente a otro dictador en apuros para redirigir sus recursos y mantener viva su narrativa de resistencia imaginaria. Quizás el próximo sea un régimen de alguna isla perdida que aún use walkie-talkies como tecnología punta.
Así que, si el régimen militar argelino está dispuesto a escuchar (cosa que dudo), aquí va un consejo gratuito: en lugar de gastar su presupuesto en dictadores fracasados y embajadas que corren el riesgo de convertirse en baños públicos, inviertan en su pueblo, en sus jóvenes y en un futuro que no huela a naftalina. Porque si algo nos enseña esta historia, es que los regímenes que se aferran al pasado no solo pierden relevancia, también pierden el respeto. Y eso, ni una letrina dorada puede arreglarlo.