Rue 20 Español/El Aaiún
Los campamentos de Tinduf es una prisión a cielo abierto. Allí, miles sobreviven bajo el yugo del control argelino, condenados a una existencia que no eligieron. La reciente negativa del ejército argelino a conceder autorizaciones para desplazarse entre campos o hacia Mauritania es la última muestra de un sistema diseñado para anular sus derechos más básicos, como la libertad de movimiento.
Esta situación, que afecta cada aspecto de la vida cotidiana de miles de retenidos, evidencia el fracaso del Polisario como organización y revela su complicidad en una estrategia de opresión orquestada desde Argelia. Deesesperados han protagonizado un sit-in frente a la puerta principal de los campos, desafiando el cerco militar. Según los mensajes que circulan desde la zona, unas 700 familias permanecen atrapadas en sus vehículos, protagonizando un acto de resistencia que pone en evidencia su valor frente al silencio internacional.
El grito de auxilio dirigido a la MINURSO, por parte de estas familias, refleja un profundo desamparo. Más allá de las restricciones físicas, hay un bloqueo moral, un muro de indiferencia levantado por la comunidad internacional que, a pesar de ser testigo, no actúa. ¿Hasta cuándo se ignorará este drama humano? ¿Cuánto más deben soportar los saharauis antes de que el mundo reaccione?
El Foro de Apoyo a los Autonomistas de Tinduf (FORSATIN) ha señalado con razón que este éxodo masivo es una herida abierta en el proyecto separatista. Cada protesta, cada intento de huida, es una declaración de libertad frente al sistema que los mantiene cautivos. Pero incluso ante esta crisis, las concesiones argelinas –aumentar mínimamente las autorizaciones de salida o la carga de vehículos– son solo gestos de cara a la galería, motivados por el temor a un efecto contagio que desestabilice su control.
En este contexto, Marruecos debe continuar siendo el refugio y la esperanza para quienes anhelan una vida digna, lejos de la manipulación y la miseria. Cada retendio que logra escapar del cerco impuesto en Tinduf asesta un nuevo golpe al muro de mentiras del Polisario y sus patrocinadores. Es, además, una muestra contundente de que la verdad y la justicia pueden prevalecer cuando las voces silenciadas se atreven a alzarse con valentía.
Es hora de que el mundo deje de mirar hacia otro lado. El drama de Tinduf trasciende político; es una tragedia humana que exige, ahora más que nunca, acción y responsabilidad.