Rue20 Español/El Aaiún
Desde 2020, Argelia ha mostrado un cambio radical en su actitud hacia Marruecos, pasando de una postura cautelosa a una abierta hostilidad que raya en la histeria. Este giro no es casualidad; es el resultado de la desesperación de un régimen militar que ve cómo sus sueños expansionistas se desmoronan ante sus ojos. El plan argelino para crear un títere en el Sáhara ha fracasado estrepitosamente, y ahora el régimen está atrapado en su propia trampa, sin una salida digna.
Desde 1975 hasta nuestros días, el régimen argelino ha gastado la colosal suma de aproximadamente 408.000 millones de dólares para financiar la guerra que libra, en todos los frentes, contra Marruecos. Una guerra que cuesta a los contribuyentes argelinos 8,5 mil millones de dólares al año, es decir, 23 millones de dólares al día. Es un gasto insostenible que ha drenado las arcas de un país que podría haber destinado esos recursos a su propio desarrollo. En lugar de ello, Argelia ha optado por alimentar un conflicto que no solo es inviable, sino que además ha fracasado en todos sus objetivos estratégicos.
Los hechos corroboran que el régimen militar argelino ha fracasado en su proyecto de apoyar al Polisario. Este movimiento, lejos de ser una preocupación humanitaria, ha sido una herramienta geoestratégica para Argelia. Sin embargo, este enfoque ha llevado al país a una posición de aislamiento y desprestigio internacional. Como dijo el difunto Su Majestad el Rey Hassan II de manera clara y elocuente: «No esperamos que el mundo reconozca nuestro Sáhara marroquí. Queremos que la gente sepa con qué vecinos nos ha juntado Dios». La fijación obsesiva de Argelia con Marruecos y el Sáhara marroquí, en lugar de fortalecer su posición, ha dejado al régimen atrapado en una estrategia miope y egoísta.
Durante décadas, Argelia ha alimentado y financiado a la banda separatista del Polisario, esperando que este movimiento debilitara a Marruecos lo suficiente como para forzar al Reino a negociar bajo condiciones humillantes. Las aspiraciones de Argelia incluían obtener un corredor hacia el Atlántico, derechos de pesca en las ricas aguas saharianas y acceso a los recursos petroleros y gasísticos de la región. Sin embargo, el cambio de rumbo en 2020, con Marruecos consolidando su posición internacional y recibiendo reconocimiento global de su soberanía sobre el Sáhara, ha sumido a Argelia en un abismo de estancamiento y decadencia, tanto a nivel interno como en la escena internacional.
El régimen militar argelino, ahora acorralado, ha recurrido a medidas desesperadas, intensificando su retórica agresiva y sus acciones en un intento de desviar la atención de su fracaso. Pero estos movimientos no son más que manotazos de ahogado. Marruecos, con una diplomacia hábil y proactiva, ha logrado neutralizar a Argelia en todos los escenarios internacionales, relegando al régimen a un aislamiento cada vez más evidente.
Lo que Argelia no ha calculado es el costo interno de su fracaso. La obsesión del régimen con Marruecos ha desviado recursos que podrían haber sido utilizados para el desarrollo interno, exacerbando las tensiones sociales y económicas dentro del país. Ahora, enfrentarse a la realidad de haber apostado todo en una causa perdida podría desencadenar una crisis interna de proporciones impredecibles.
La población argelina, harta de un régimen que no ha hecho más que dilapidar su riqueza en conflictos ajenos, empieza a cuestionar la legitimidad de sus gobernantes. El descontento crece, y el riesgo de que el pueblo argelino demande cuentas es más real que nunca. El tiempo de las mentiras se acaba, y Argelia se enfrenta a un futuro incierto, marcado por el fracaso de su política exterior y la inevitable rendición de cuentas en el frente interno.
El mundo ya no es el mismo, y la geopolítica del Magreb ha cambiado irrevocablemente. Marruecos sigue adelante, con pasos firmes hacia la consolidación definitiva de su integridad territorial. En contraste, Argelia, aferrada a sus delirios, solo tiene un destino: el colapso inevitable de un régimen que ha perdido el norte y no tiene nada que ofrecer más que su propia decadencia.
El juego ha terminado para Argelia, y Marruecos, bajo el liderazgo visionario de Su Majestad el Rey Mohamed VI, ha demostrado ser más fuerte, más sabio y más resiliente. La historia será testigo de cómo un país con una visión clara y un liderazgo sólido ha superado a otro que, sumido en su propia soberbia, no supo reconocer sus límites. Ese día de ajuste de cuentas está al caer.
A medida que el panorama geopolítico en el Magreb sigue evolucionando, es imperativo que la comunidad internacional se involucre en fomentar la estabilidad y el desarrollo en la región. Marruecos ha demostrado ser un socio confiable y un líder en la región; por lo tanto, fortalecer sus relaciones bilaterales y multilaterales puede ayudar a promover la paz y la prosperidad. Argelia, por su parte, enfrenta una encrucijada histórica: puede continuar en su curso autodestructivo o buscar una verdadera reconciliación con su vecino del oeste. La elección está en sus manos, pero el tiempo para actuar se está acabando.