Rue20 Español/ Fez
Por Mustafa Akalay Nasser*
Es fundamental y necesario que la sociedad española, y por añadidura la europea, comprendan que las inmigraciones son algo natural y constante en la historia de las civilizaciones. Según los demógrafos e historiadores de la emigración europea, se estimó que aproximadamente unos cincuenta millones de europeos entre 1850 y 1950 hicieron las Américas (véanse la película de EliaKazan “América, América“).
“Los flujos migratorios, hoy, son un rasgo estructural –sistémico del orden mundial que impone el modelo de globalización dominante. Como tales, constituyen un fenómeno nuevo, un auténtico “desplazamiento del mundo” que caracteriza a ese proceso de mundialización. Incluso, al decir de muchos, serían el ejemplo básico –al menos el más evidente- de su valor central, la movilidad, pues, como apunta Castles, puede decirse que la movilidad es el santo y seña de la cultura propia de la globalización o, mejor, de la ya mencionada ideología globalista”. (In Javier de Lucas: La inmigración como res política).
Es esencial que la sociedad de acogida considere que la inmigración es también un proceso traumático en el que el sujeto que emigra, pierde los referentes y se aleja de sus vínculos naturales y familiares y padece lo que se conoce por el síndrome del Inmigrante o síndrome de Ulises–:(Que consiste en el padecimiento del inmigrante cuando sus esperanzas de encontrar trabajo y obtener documentos que le permitan legalizar su situaciónse esfuman , está situación se convierte en un estrés crónico , múltiple, muy intenso, que dan lugar a desajustes psicológicos tales como graves depresiones que pueden conducir al suicidio, alcoholismo, conductas agresivas, ansiedad, y desajustes fisiológicos tales como dolores gástricos e intestinales)-; un proceso por el que la persona que abandona su tierra y familia lo hace motivado por la necesidad y la búsqueda de una vida mejor tanto económica como socialmente tal y como lo vivieron muchos españoles cuando emigraron a países de Europa, América y Norte de África, y que aún en su mayoría emigran cuando miles de jornaleros andaluces se desplazan a la vendimia francesa, e incluso para la campaña de la fresa en la provincia de Huelva por citar algunos ejemplos.
La realidad social ofrece a veces paradojas crueles, en su inmensa mayoría los vendimiadores españoles en Francia proceden de las zonas españolas que acogen a mayor número de temporeros del campo: Andalucía, comunidad de Valencia y Murcia. “Las migraciones del nuevo milenio que comienza nos recuerda cada vez más los viejos textos de Homero: “Y Ulises pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar estéril, llorando incansablemente” (Canto v, 150), o el pasaje en el que Ulises, para protegerse del perseguidor Polifemo, le dice: ”preguntas cíclope cómo me llamo…voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie y Nadie me llaman todos” (canto IX, 360). Si para sobrevivir se ha de ser nadie, se ha de ser permanentemente invisible, no habrá autoestima, ni identidad, ni integración social, y así tampoco puede haber salud mental”.
El inmigrante experimenta una sensación permanente de estar fuera de lugar, de ser visto a través de un prisma de temores y fantasías tan distorsionador que al final uno se vuelve invisible como individuo. A menudo es descrito como un écorché vif, un alma hipersensible, alguien a quien se ha desollado vivo.
Como Sócrates según Platón, el inmigrante es un sin lugar (Atopos), desterrado, ni ciudadano ni extranjero, inclasificable, ni verdaderamente del lado de sí mismo, ni totalmente del lado de lo otro, el inmigrado está fuera de sí, se ubica en ese lugar bastardo del que habla Platón, es decir, esa frontera del ser y del no ser social; desplazado en el sentido de impertinente e intruso, latoso, suscita cierta desazón y la dificultad que se experimenta al pensarlo, hasta tal punto que la ciencia encuentra dificultades en pensar la inmigración, y cae siempre sin saberlo tomando los tópicos del discurso oficial que reproduce muchas veces un discurso criminalizador racista y xenófobo. Generalmente este discurso racista explota la idea de rechazo al extranjero mediante una falsa ecuación que identifica inmigración con desempleo, delincuencia, e inseguridad ciudadana.
Doblemente rechazado en su sociedad de origen y en la de acogida, nos obliga a replantear por completo los fundamentos de la ciudadanía y la relación entre el ciudadano y el estado. La nación o la nacionalidad. Doblemente ausente del lugar de origen y del lugar de acogida, nos lleva a poner en tela de juicio no solamente las actitudes de rechazo tomando al estado como expresión de la nación. Dicho rechazo pretende fundar la ciudadanía sobre la comunidad de la lengua y cultura basándose sobre la falsa generosidad asimiladora por vía de la educación que tiene el estado al fabricar la nación, y esconder un chauvinismo universal.
El inmigrante en la tierra del exilio no es más que una persona desarraigada, despojada de toda ubicación en el espacio social y sin sitio en los censos de población y en las estadísticas, por ejemplo, en las encuestas de población activa. La inmigración es un asunto de estado o, mejor dicho, un pensamiento de estado. El estado y el inmigrante se fisgan, ya que uno dicta la legalidad y el otro la sortea. Sin embargo, saben mutuamente de su existencia nadie puede explicarse por ejemplo como en Estados Unidos uno de los países con una presión migratoria más fuerte, y con un control social y policial más estrecho, los <<ilegales>> estén omnipresentes en la vida diaria y a la vez vivan en situaciones de invisibilidad. La visibilidad la otorga ahí la posición mítica de la green card (permiso de residencia) y el correspondiente número de la seguridad social.
El sociólogo de la inmigración Abdelmalek Sayad habla de una cierta <urbanidad> que debe desarrollar el inmigrante: debe de hacer una demostración de capacidad de adecuación y de adaptación, sufrir una transformación interior, adoptar una especie de actitud Zen ante un destino que él no puede controlar. Cuando el inmigrante se visibiliza lo hace de forma política. Consigue hacerse visible, en primer lugar, como tejido asociativo capaz de formular reclamaciones al estado y a la sociedad de acogida en la que se inserta. La visibilidad del inmigrante es fundamentalmente política aunque sus problemas se presentan bajo la forma de reivindicaciones sociales o culturales, su fin último es conseguir ser reconocido como parte de la ciudadanía ejerciendo sus derechos colectivos y democráticos…”
Según Carlos Aguilera en su artículo «emigrantes: una deuda que perdura» cita al emigrante Rafael León que, a su vuelta, encontró que España había cambiado. Es una respuesta llena de humildad. Él como muchos otros, a comienzos de los sesenta salió de un país cuyas estructuras le condenaban a la miseria durante generaciones para trabajar en Alemania, encontró trabajo, salarios dignos, derechos…y cuando años después volvió a España, se encontró con un país cambiado. Gracias a él y a tantos otros que al enviar sus remesas de divisas, el fruto de su trabajo y el ahorro con sacrificios, España comenzó a salir de su atraso ancestral. El milagro español de los sesenta, del que la propaganda franquista alardeaba, pero fueron exógenos los factores de ese milagro que se produjo gracias a esa fuente de divisas que son las remesas de marcos y francos enviados desde Alemania y Francia a sus familiares por los inmigrantes…y hoy España está todavía en inmensa deuda con el inmenso esfuerzo de esa gente”.
Es prioritario que la sociedad de acogida en este caso la española perciba que los inmigrantes son ya una necesidad estructural que genera riqueza económica, cultural y deportiva, que contribuyen con sus impuestos al estado del bienestar y al desarrollo de sus sociedades de origen gracias a las transferencias de divisas que envían a sus familias para que estas puedan vivir dignamente. La meta es emigrar considerando esto último como un planteamiento o proyecto familiar y que sirve muchas veces como ayuda al desarrollo al país de origen, la inmigración lejos de ser un problema de orden público, es y debe ser una gran fuerza social de progreso y democracia que impulse en la ciudadanía el pluralismo, la interculturalidad, y los valores de tolerancia y solidaridad. Dicha ciudadanía es un Estatus o sea, un reconocimiento social y jurídico por el que una persona tiene derechos y deberes por su pertenencia a una comunidad casi siempre de base territorial y cultural. La ciudadanía no llega por casualidad: es una construcción que, jamás terminada, exige luchar por ella. Exige compromiso, claridad política, coherencia y decisión. (Freire ,1993).
Nuestras sociedades tienden a ser plurales en el futuro y estarán compuestas de un mosaico de identidades polimorfas (multiformes), resultado de los flujos migratorios, del roce o hibridación de los diferentes pueblos de la tierra que se desplazan por el mundo. Los factores complejos (económicos, políticos, demográficos, culturales, sociales) que estimulan todos los flujos migratorios son factores propios del proceso de globalización y son más fuertes que cualquier medida de policía de fronteras, apunta Castels. S.
“Todo ello exige que nuestra mirada sobre la inmigración atienda a la complejidad: exige paciencia para conocer la realidad migratoria, sin sustituirla por el estereotipo que mejor conviene a nuestros intereses en la relación que supone ese proceso y que tiene al menos tres tipos de actores: los de la sociedad de origen, de destino y los propios inmigrantes. Hemos de examinar nuestras representaciones, nuestras miradas acerca de la inmigración para encontrar la visión más adecuada y a partir de ahí definir nuestras políticas.” (Dixit Javier de Lucas).
Para que esto suceda, es importante neutralizar y tener en cuenta los prejuicios negativos como aquellos que identifican inmigración con desempleo, con delincuencia, o reduccionismos primarios como los que deducen que de la responsabilidad en el conflicto norte-sur ha de derivarse una política de puertas abiertas. (Esteban Ibarra, inmigración y xenofobia, revista de debate político, temas, junio de 1998 Nº 43, pág25).
Hein de Haas, catedrático de Sociología en la Universidad de Ámsterdam y codirector del Instituto Internacional de Migración de la Universidad de Oxford, desmonta en su nuevo libro los mitos de la inmigración: 22 mantras sobre el tema.
Muchos de los tópicos que rodean a este tema; No, la inmigración no se encuentra en máximos históricos. No, la emigración no es una huida desesperada de la pobreza. No, los inmigrantes no roban puestos de trabajo ni abaratan los salarios. No, la emigración no erosiona el estado de bienestar. No, la inmigración no dispara los índices de delincuencia. No, la inmigracion no puede resolver los problemas de los países envejecidos. Y así, hasta desmontar un total de 22 mantras sobre el asunto que más divide a las sociedades actuales. Quien se encarga de poner los puntos sobre las íes y de echar definitivamente por tierra todas esas falsas creencias (y unas cuantas más) es el neerlandés Hein de Haas (1969), probablemente la persona del mundo que más sabe de migración, asunto que lleva más de 30 años investigando. Catedrático de Sociología en la Universidad de Ámsterdam y profesor de Migración en la Universidad de Maastricht, De Haas fue uno de los fundadores del Instituto Internacional de Migración de la Universidad de Oxford, del que es codirector. Y ahora ha publicado un magnífico libro titulado en español :Los mitos de la inmigración. 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Ed. Península), en el que con absoluto rigor científico, pero utilizando un lenguaje claro y accesible, hace pedazos muchas de las falsas convicciones que pesan sobre la materia. (Entrevista de El Confidencial 1/8/2024).
Los extranjeros son la tabla de salvación del modelo español de bienestar dirigentes de Vox, Partido popular y Junts : Con una población envejecida, baja tasa de fecundidad y crecimiento vegetativo negativo, la sosteniblidad del sistema de pensiones se encuentra «en jaque» y sólo la llegada de extranjeros jóvenes tira del crecimiento población. Si los trabajadores extranjeros se fueran mañana el empleo caería a los 16,7 millones de ocupados, imposible de sostener por trabajadores españoles. (Véase el informe del defensor del pueblo 2020: La contribución de la migración a la economía española dirigido por Francisco Fernández Marugán).
A la vista de la escasa natalidad, del envejecimiento de la población y del efecto limitado de las medidas del Gobierno, al Banco de España solo se le ocurre una solución para sostener las pensiones y evitar los desajustes en el mercado laboral: triplicar la llegada prevista de inmigrantes para los próximos 30 años. Equivaldría a incorporar 24,6 millones de extranjeros en ese periodo de tiempo. Ángel Gavilán, el director general de Economía y Estadística del Banco de España, ha asegurado en una comparecencia que en los próximos 30 años harán falta 24 millones de trabajadores migrantes para mantener la relación entre trabajadores y pensionistas y sostener así el sistema de pensiones.
La España mestiza y multiétnica de Jamal Lamine y Nicos Williams es hoy una realidad y desde esa diversidad, la actuación ha de estar marcada por la tolerancia y la convivencia democrática para cerrar definitivamente el paso a “la lepenización” de espíritus y discursos y a las propuestas xenófobas y populistas del partido popular, vox y junts que tienden a satanizar al indefenso inmigrante (un ser sin voz ni derecho al voto) y fomentar el miedo en la sociedad de acogida. Se mezclan dos ingredientes con probada capacidad para servir de combustible electoral. El primero, que la inmigración se ha instalado en el meollo de la refriega política, el segundo que el partido conservador histórico, el partido popular, ha incorporado posiciones de las formaciones ultras. Frente a tics anti-inmigración cada vez más extendidos en las campañas electorales hay que buscar un relato alternativo: El “buenismo” de la izquierda no basta. (El país 28/7/2024)
*Mustafa Akalay Nasser, director de L’ Esmab UPF, Fez.