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viernes, noviembre 22, 2024

La primavera árabe, Un sueño que derivó en desengaño

 

Rue20 Español /FEZ

 

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Mustafá Akalay Nasser

 

“El mundo sufre un vértigo desde hace algunos años,

la historia se acelera, todo se mueve y se trastoca,

las fronteras, los paisajes, las ideas, los modos de pensar,

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el trabajo, los lazos familiares, todo cambia tan deprisa que mucha gente,

individuos y colectivos sienten la necesidad de aferrarse a lo que creen ser certezas

-una identidad, una creencia, una casa-, certezas en apariencia inmutables en un mundo que gira sin cesar”.

Amín Maalouf.

 

A lo largo del 2011, el Magreb y Próximo Oriente han conocido importantes cambios políticos, cambios que ponían fin a décadas de dictaduras. Olas de protesta y revueltas pacíficas que generaron sin excepción situaciones sociales abiertas y dieron lugar a grandes esperanzas de democratización.

 

Una serie de interrogantes se proyecta, sin embargo, sobre este cambio político o transición. Son cuestiones relativas a los límites institucionales y económicos de estas transiciones. Preguntas que señalan también en dirección de una crisis regional más profunda definida por el subdesarrollo, la marginalidad y la falta de integración nacional o social, o por la persistencia de valores sociales y políticos arbitrarios. 

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“Las sociedades árabes han derribado el muro del miedo instaurado tras las independencias nacionales. Estas revoluciones por la dignidad, como fueron bautizadas desde un principio, han tenido especial incidencia en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen y Bahréin. Pese a las particularidades de cada país, la población comparte unas mismas demandas como el desmantelamiento del estado autoritario, la lucha contra la corrupción, la derogación de las leyes de emergencia, la separación de poderes, la instauración de sistemas pluripartidistas, la celebración de elecciones libres y, sobre todo, el respeto de los derechos civiles y las libertades públicas”.  

 

Todas estas olas de cambio han coincidido con la implosión masiva de los medios electrónicos de comunicación. La primavera árabe ha sido una historia de hábiles redes transnacionales que se enfrentaron a unos gobernantes convencidos de que podían ignorar o suprimir brutalmente las ideas del mundo moderno.  Los movimientos de protesta que han sacudido los países árabes se gestaron en las redes informáticas y cuajaron en los espacios urbanos ocupados: Los motores fueron Facebook, Twitter y otras redes para las cuales las fronteras dejaron de existir hace mucho tiempo. Los déspotas creían que podían limitar el contagio democrático, pero descubrieron que sus estados policiales eran permeables y torpes. 

 

“Los levantamientos árabes nacieron en el amanecer de la explosión de la era digital en el mundo árabe… El núcleo de activistas que se intercomunicaron en red y pusieron al movimiento en contacto de su país y con el mundo estaba organizado y deliberabo en los sitios de las redes sociales. Desde ese espacio protegido, las amplias redes de telefonía móvil llegaban a toda la sociedad. Y como la sociedad estaba preparada para recibir ciertos mensajes sobre el pan y la dignidad, la gente se emocionó, al final, se convirtió en un movimiento”. 

 

El triunfo en un lapso de tiempo relativamente corto de evoluciones políticas semejantes (la tunecina y la egipcia) crea una red supranacional de intereses solidarios, de esperanzas y de experiencias que alienta cambios orientados en el mismo sentido en otros lugares. La toma de las plazas por medio de las acampadas, generó una concepción nueva de la realidad árabe. Las protestas necesitan, para poder ejercer su poder, de espacios de encuentro y de contacto. Esos lugares son justamente los espacios públicos

 

“En otras palabras, el espacio público es un componente fundamental para la organización de la vida colectiva (integración, estructura) y la representación (cultura, política) de la sociedad, que construye su razón de ser en la ciudad, y es uno de los derechos fundamentales en la ciudad: el derecho al espacio público como derecho a la inclusión.  El espacio público es la esencia de la ciudad o, dicho de otra manera, la ciudad es el espacio público por excelencia. Y lo es porque hace factible el encuentro de voluntades y expresiones sociales diversas, porque allí la población puede converger y convivir y porque es el espacio de la representación y del intercambio.

 

La acampada de Sahat a Tahrir o (plaza de la liberación) en el Cairo nunca buscó la separación, y por eso suscitó tantos flujos de solidaridad dentro/fuera. Nunca se planteó como un afuera utópico, sino como una invitación a los indignados egipcios a luchar juntos contra la dictadura de Mubarak, rechazando viejos paternalismos y, demandando una democracia que consistiera en compartir derechos y participar en el juego político en igualdad de condiciones.

 

“Ocurrió cuando nadie lo esperaba. En un mundo presa de la crisis económica, el cinismo político, la vaciedad cultural y la desesperanza, simplemente ocurrió. Conectadas a través de las redes sociales de internet, las personas empezaron a agruparse en esos espacios de autonomía y, desde la seguridad del ciberespacio, pasaron a ocupar las calles y a elaborar proyectos ligados a sus verdaderas preocupaciones, por encima de las ideologías y de los intereses dominantes, reclamando su derecho a hacer historia. En todos los casos ignoraron a los partidos políticos, desconfiaron de los medios de comunicación, no reconocieron ningún liderazgo y rechazaron toda organización formal, debatiendo colectivamente y tomando sus decisiones en asambleas locales y a través de internet. Desde Túnez e Islandia hasta la revolución egipcia y el movimiento ocupar Wall Street, pasando por los indignados en España”.

 

La red no tiene representantes, y esa es en gran medida su fuerza. Aquí y allá hay gente con influencia (blogueros, activistas) que funcionan como referentes, pero solo son portavoces puntuales de una inteligencia colectiva. No se piensan a sí mismos como representantes de la red y sus usuarios. Perciben perfectamente que su legitimidad se debe a que saben escuchar lo que pasa en la red. La ciudadanía anónima que vive y construye la red se mueve, más allá de fuerzas políticas e ideologías. 

 

Cambio político reclama la sociedad civil árabe y magrebí cuyos miembros anhelan ser ciudadanos y no súbditos, y decidir quiénes son los mejores para representar los nobles intereses de la población. Ha llegado el tiempo de la transparencia y de dejar que la democracia brille, sin secuestros en el Magreb y Próximo Oriente. La nueva conciencia política frente a la corrupción, el enriquecimiento de pocos a cuesta del pueblo, el clientelismo, la incompetencia, el paro, llevaba años germinando, exige cambios sustanciales y un relevo generacional en todas las esferas del poder: un sistema político que se destaque por la participación pública y la inclusión de la mujer, un gobierno representativo y responsable de rendir cuentas, receptivo a las necesidades  y aspiraciones de los ciudadanos, y al imperio de la ley y a la igualdad de derechos para todos los ciudadanos. 

 

Al afrontar el tema de la democratización en los países musulmanes, el pluralismo político en el “mundo islámico” se revela como una preocupación característica. Aunque algunos politólogos sostienen que existen factores inherentes en el islam que imposibilitan la democracia, otros mantienen que nada en el islam implica que los países musulmanes deban carecer de credenciales democráticas.

 

Hay mucha ignorancia sobre el Mundo Árabe en Occidente. Prueba de ello es que nadie pudo prever el estallido de los conflictos actuales en el sur del mediterráneo. Por si fuera poco, las explicaciones sobre su futuro inmediato oscilan entre las ingenuas, que creen que el modelo de transición europea se puede reproducir allí, y las que se dejan llevar por los estereotipos e insisten en que los países islámicos no están preparados para emprender una transición política y vivir en democracia. 

 

 “Los medios europeos siguen obsesionados por dos cosas, los islamistas y los conflictos armados, ya sea el libio, actualmente el sirio. Usar a los islamistas como espantajo ha tenido efectos perversos en el pasado (dictaduras, represión y terrorismo) y afortunadamente es un discurso obsoleto que ha sido superado por las reclamaciones democráticas árabes… Si nuestra transición democrática tuvo la suerte de contar con el apoyo de un círculo de países democráticos dentro de las Comunidades Europeas. Los países árabes no pueden desgraciadamente contar con un apoyo muy activo, ni político ni económico, de los países europeos, absortos en una profunda crisis que afecta al nivel de vida de sus ciudadanos, pero también al proceso de integración europeo. La reacción de nuestros países y de la comisión europea ha sido en algunos casos regresiva, ofreciendo ayuda a los dictadores (Francia a Túnez), y en otra especialmente agresiva (Libia), lanzándose a operaciones militares que excedían los límites del mandato de Naciones Unidas. Creo que se ha aprendido la lección y que se está actuando de forma más mesurada en otros países. Pero las transiciones árabes, especialmente en Túnez, Egipto y Libia requieren de un activo apoyo desde fuera tanto político como financiero, aunque por supuesto a petición de sus sociedades y dirigentes.” 

 

Las revueltas en Túnez, Egipto y Libia dieron pie a una oleada de transiciones democráticas, libertades políticas en países en las que el autoritarismo, la represión y la corrupción habían imperado durante décadas. A pesar de esto, gran parte de las expectativas creadas en torno a estas rápidas y heterogéneas transiciones se han visto frustradas. Diez años después no se puede hablar de mejoras, sino de alarmantes retrocesos en la mayoría de estos países en transición. Las sublevaciones que sacudieron Oriente Medio y Norte de África no se han traducido en más democracia y libertad para los pueblos árabes y magrebíes, sino que han derivado en estados fallidos, nuevos dictadores y un auge del integrismo religioso.

 

“Pero mientras tanto, vamos a tener que vivir con ese vértigo, con estas identidades exacerbadas, con estos miedos y estos odios. Y habrá que resistirse cada día a las ideas heredadas, a las ideas destructoras que hoy parecen triunfar, el hecho de saber que las sociedades plurales no tienen otro porvenir que el de las masacres, el de las pretendidas depuraciones, y el de la división… A fin de cuentas, todo hombre debería refugiarse dócilmente en las filas de su propia tribu. Yo no tengo tribu. O más bien tengo varias que a veces se destrozan entre ellas. Pero reivindico mi pertenencia a cada una de ellas. Mi profunda convicción es que todo hombre es un lugar de reencuentro, entre varias culturas, varias creencias, varias patrias, y que es su derecho, su deber y su honor reivindicarlas todas. Nuestros únicos verdaderos enemigos se llaman la enfermedad, la muerte, la miseria, la ignorancia; y el porvenir no está escrito en ninguna parte, será el que nosotros hagamos”. (Amín Maalouf; Granada 1995). 

 

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